Historicidad de Jesús de Nazaret y de los Evangelios

Fuentes y metodología de la investigación para el estudio de la figura histórica de Jesús de Nazaret y de los documentos que se refieren a él, evangélicos y extraevangélicos.

Cristo Pantocrátor. Monasterio de Santa Catalina en Sinaí, Egipto

Introducción

Como se anticipó en dos artículos anteriores [1], hasta el siglo XVIII no había dudas sobre la existencia de Jesús de Nazaret. No se cuestionó lo narrado sobre él en los Evangelios y en las fuentes extraevangélicas existentes. El advenimiento de la Ilustración provocó, por un lado, dudas y disputas sobre la figura del Nazareno, pero, por otro, favoreció paradójicamente el nacimiento y desarrollo de una investigación que se sirvió del método histórico-crítico para indagar en la fiabilidad de las fuentes mismas. Este método, que incluye un conjunto de principios y criterios filológicos y hermenéuticos desarrollados a partir del siglo XVII, es de aplicación universal – y, por lo tanto, no sólo a los Evangelios y a lo que se ha escrito en referencia al Nazareno – ya que tiene por objeto reconstruir un texto en su forma original, cuando del mismo se hayan transmitido diferentes variantes, valorando el contenido histórico de la narración del propio texto.

Sin embargo, la obstinada aplicación, a menudo ideológica, del método histórico-crítico ha llevado a una especie de escisión entre el “Jesús histórico” (antes de Pascua) y el “Cristo de la fe” (post-Pascua) y ha obligado a la propia Iglesia católica a recurrir a la exégesis bíblica, a la investigación filológica sobre los Evangelios y a la arqueología para disipar todas las dudas sobre la existencia histórica de Jesús, llegando a afirmar, en particular en el contexto del Concilio Vaticano II, “firme y constantemente haber creído y creer que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo [2]”.

La afirmación de la Iglesia católica, por supuesto, es particular, ya que reúne en la figura de Jesús de Nazaret tanto al “Jesús histórico” como al “Cristo de la fe”. Sin embargo, hoy en día la gran mayoría de los historiadores (sean cristianos, judíos, musulmanes, de otras religiones o no religiosos) no dudan en afirmar que el hombre Jesús de Nazaret existió realmente. No sólo eso: cada vez se acumulan más evidencias históricas y arqueológicas que no sólo permiten confirmar numerosos detalles sobre su existencia terrenal, sino legitimar lo que de él narran los documentos que más se refieren a él: los Evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento.

La orientación al “Jesús histórico”

La investigación histórica sobre Jesús de Nazaret se divide generalmente en tres fases:

  1. Primera búsqueda (First Quest o Old Quest), inaugurada por Hermann Samuel Reimarus (1694-1768) y cuyo principal exponente fue el francés Ernest Renan (es famosa su Vida de Jesús).
  2. Segunda búsqueda (New Quest o Second Quest), iniciada, de hecho, por el célebre Albert Schweitzer (1875-1975), el primero en señalar los límites de la Primera Búsqueda, pero oficialmente en 1953 por el teólogo luterano alemán Ernst Käsemann (1906-1998), alumno de Rudolf Bultmann (1884-1976), en respuesta a este último, quien, como principal exponente de un período conocido como No Quest (ninguna búsqueda), argumentaba que no es necesario, para un cristiano, recurrir a la investigación histórica sobre Jesús de Nazaret, ya que la fe sola tiene que ser suficiente para creer.
  3. Tercera Búsqueda (Third Quest), la que prevalece hoy en día. Incluye investigadores como David Flusser (1917-2000), autor de escritos fundamentales sobre el judaísmo antiguo y convencido, como muchos otros judíos israelíes contemporáneos, de que los Evangelios y los escritos paulinos representan, junto con los rollos de Qumrán, la fuente más rica y más confiable para el estudio del judaísmo en el Segundo Templo, ya que otros materiales se perdieron por completo con las grandes catástrofes de las tres guerras judías [3] (entre 70 y 132 d.C.).

La llamada Primera Búsqueda, en definitiva, se caracteriza por la negación sistemática e ideológica, según los criterios de la Ilustración racionalista, de todos los hechos milagrosos y prodigiosos relacionados con la figura de Jesús, sin cuestionar su existencia como hombre y como figura histórica, pero pronto choca con los límites derivados de su propio ideologismo, como destaca Albert Schweitzer. Ninguno de los protagonistas de esta fase de investigación, sin embargo, ha prestado nunca atención al contexto histórico y a las fuentes arqueológicas, aunque el propio Renan se refirió románticamente a Palestina como un “quinto evangelio”.

La Segunda, por su parte, se caracteriza por la admisión de la necesidad de no rechazar tajantemente al “Cristo de la fe”, como sucedió en la fase anterior, sino de tener en cuenta todo el material recibido sobre Jesús de Nazaret, incluyendo los acontecimientos prodigiosos, de forma crítica y no a priori.

Lo mismo ocurre, y más aún, con la Tercera, cuyos exponentes se centran más en el contexto histórico, religioso y cultural de la Judea de la época, que en las últimas décadas se ha hecho más conocida gracias a los hallazgos de los manuscritos de Qumrán (1947) y los sensacionales descubrimientos arqueológicos.

Las fuentes

Podemos agrupar las fuentes que nos proporcionan información sobre Jesús de Nazaret en tres tipos, que vamos a analizar:

  1. Fuentes no evangélicas: por un lado, las fuentes no cristianas; por otro lado, las fuentes cristianas (a su vez divididas en: apócrifas, es decir, los Evangelios apócrifos, los Ágrafa y los Logia; canónicas, es decir, las Cartas Paulinas, los Hechos de los Apóstoles y otros documentos canónicos);
  2. Fuentes evangélicas: los cuatro evangelios canónicos;
  3. Fuentes arqueológicas;

Fuentes no evangélicas: documentos históricos no cristianos

Entre estas fuentes hay referencias a Jesús o, sobre todo, a sus seguidores. Son obra de autores antiguos no cristianos como Tácito, Suetonio, Plinio el Joven, Luciano de Samosata, Marco Aurelio, Minucio Félix. Las alusiones a Jesús de Nazaret también se leen en el Talmud de Babilonia. La información proporcionada por estas fuentes no es particularmente útil, ya que no brindan información detallada sobre Jesús. A veces, en efecto, queriendo restarle importancia o legitimidad a él y al culto que él engendró, se refieren a Jesús de manera imprecisa y calumniosa, hablando de él, por ejemplo, como del hijo de una peluquera, o de un mago, o incluso de cierto Pantera, una transcripción errónea, y en consecuencia una interpretación, de la palabra griega parthenos, virgen, ya utilizada por los primeros cristianos en referencia a la persona de Cristo.

Los documentos históricos no cristianos, sin embargo, ya permiten confirmar la existencia de Jesús de Nazaret, aunque a través de información fragmentaria. El más antiguo y detallado, entre ellos, es el famoso Testimonium Flavianum [4], del autor judío Flavio Josefo, del siglo I d.C.

El pasaje en cuestión se encuentra dentro de la obra Antigüedades judías (XVIII, 63-64). Hasta 1971 circulaba una versión que se refería a Jesús de Nazaret con términos considerados excesivamente sensacionalistas y devotos para un judío practicante como Josefo. En efecto, se sospechaba (aunque varios historiadores no comparten esta opinión) que la traducción griega conocida hasta entonces había sido objeto de interpolación por parte de los cristianos. En 1971, sin embargo, el profesor Shlomo Pinés (1908-1990), de la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicó una traducción diferente, de acuerdo con lo que encontró en un manuscrito árabe del siglo X, la Historia Universal de Agapio (fallecido en 941). Se trata de un texto considerado más fiable que el griego transmitido hasta ese momento, dado que en él no se identifican posibles interpolaciones, tanto que es universalmente considerado, hasta la fecha, el testimonio más antiguo sobre Jesús de Nazaret dentro de una fuente no cristiana.

Se lee en el pasaje:

En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas.


Otro testimonio importante es el del pagano Tácito, quien en sus Anales (alrededor del año 117 d.C.), tratando de Nerón y del incendio de Roma en el 64 d.C., relata que el emperador, para despistar los rumores que le acusaban de ser el culpable del desastre que había destruido casi totalmente la capital del Imperio, le había echado la culpa a los cristianos, entonces conocidos por el pueblo como crestianos:

“El autor de esta denominación, Cristo, bajo el imperio de Tiberio fue condenado a muerte por el procurador Poncio Pilato; sin embargo, reprimida por el momento, la superstición inicial volvió a estallar, no sólo para Judea, origen de aquel mal, sino también para la Urbe, donde confluyen y se exaltan todas las cosas atroces y vergonzosas [5] (Anales, XV, 44) .

Fuentes no evangélicas: documentos cristianos apócrifos

Àgrafa y Lògia

Los Ágrafa, es decir, “no escritos”, son dichos breves o aforismos atribuidos a Jesús y que, sin embargo, han sido transmitidos fuera de la Sagrada Escritura (Grafé) en general o de los Evangelios en particular.

Algo parecido se puede decir sobre los Logia (dichos), también oraciones cortas atribuidas al Nazareno, en esto completamente similares a los Ágrafa, excepto por el hecho de que estos últimos se encuentran más típicamente en obras de los Padres de la Iglesia [6] o en ciertos códices particulares del Nuevo Testamento, mientras que los Logia están contenidos principalmente en fragmentos de papiros antiguos descubiertos más recientemente, especialmente en Egipto [7].

Fragmento de “La República” de Platón; papiro hallado en Oxirrinco, Egipto.

Estas fuentes no se consideran autorizadas, desde un punto de vista histórico, ya que, al menos para la mayoría de ellas, la confiabilidad histórica no es segura.

Los Evangelios apócrifos

Por Evangelios apócrifos (término que deriva del griego e indica algo que ocultar o que está reservado a unos pocos y, por extensión, obra de la que el autor no está seguro) entendemos aquellos numerosos (alrededor de quince) y heterogéneos sobre Jesús de Nazaret que no son aceptados en el canon bíblico cristiano por varias razones: son obras tardías en comparación con los Evangelios canónicos (un siglo de diferencia, donde para los Evangelios canónicos hablamos de una redacción que data de la segunda mitad del siglo I d.C.); tienen una forma textual distinta de la de los canónicos (esta última caracterizada por una organicidad expresiva y lingüística y un estilo sencillo y libre de efectismo, en contraste con el aura legendaria y fabulosa de los apócrifos); su intención a menudo es de transmitir doctrinas en contraste con las oficiales (por ejemplo, a veces se trata de documentos gnósticos, construidos “artísticamente” para difundir nuevas posiciones doctrinarias y justificar posiciones políticas y religiosas de individuos o grupos).

Hay que decir que la fiabilidad de estos documentos no ha sido excluida y descartada en su totalidad (hay en ellos, por ejemplo en el Protoevangelio de Santiago, relatos y tradiciones de la infancia de Jesús, de la vida de María o de apóstoles particulares que entraron en el imaginario popular cristiano) y que estos son capaces de ofrecer un panorama religioso y cultural del entorno del siglo II d.C. Sin embargo, las contradicciones contenidas en ellos, la disconformidad con los textos considerados oficiales, así como las evidentes deficiencias en materia de doctrina, veracidad e independencia de juicio no permiten atribuirles autoridad desde el punto de vista histórico, como también ocurre con los Ágrafa y los Logia.

Cartas Paulinas y Hechos de los Apóstoles

Las Cartas Paulinas, o Cartas de San Pablo Apóstol, son parte del Nuevo Testamento. Fueron escritas entre el 51 y el 66 por Pablo de Tarso, más conocido como San Pablo, definido como el Apóstol de los gentiles porque con él la predicación cristiana traspasó las fronteras de Asia occidental. Nunca conoció personalmente a Jesús, pero sus escritos representan los documentos más antiguos sobre el Nazareno, además de establecer sin lugar a dudas que el kerygma [8], es decir el anuncio sobre la identidad de Jesús como hijo de Dios nacido, muerto y resucitado según las Escrituras, ya estaba fijado menos de veinte años después de su muerte en la cruz.

Se puede encontrar más información en otros escritos del Nuevo Testamento, especialmente en los Hechos de los Apóstoles. Estos últimos son una crónica de las hazañas de los apóstoles de Jesús de Nazaret tras su muerte, con especial atención a Pedro y Pablo de Tarso. La autoría de esta obra se atribuye al autor de uno de los evangelios sinópticos, Lucas (o Lucano) y, con toda probabilidad, fueron escritos entre el 55 y el 61 d.C. (la narración termina abruptamente, de hecho, con la primera parte de la vida y el encarcelamiento de Pablo en Roma, no con su muerte, que se produjo unos años después).

Si analizamos los Hechos de los Apóstoles y las Cartas Paulinas, es posible extrapolar una biografía de Jesús de Nazaret fuera de los Evangelios y constatar cómo, aunque carente de detalles, es sí totalmente coherente con lo narrado por los propios Evangelios.

De hecho, podemos deducir de los escritos en cuestión que Jesús: no era una entidad angélica, sino “un hombre” (Romanos 5, 15); “nacido de mujer” (Gálatas 4, 4); descendiente de Abraham (Gálatas 3, 16) por la tribu de Judá (Hebreos 7, 14) y por la casa de David (Romanos 1, 3); su madre se llamaba María (Hechos 1, 14); a él se lee llamaba nazareno (Hechos 2, 22 y 10, 38) y tenía “hermanos [9]” ” (1 Corintios 9, 5; Hechos 1, 14), uno de los cuales se llamaba Santiago (Gálatas 1, 19); era pobre (2 Corintios 8, 9), dulce y manso (2 Corintios 10, 1); recibió el bautismo de Juan el Bautista (Hechos 1, 22); reunió discípulos con los que vivió en constante relación y cercanía (Hechos 1, 21-22); doce de ellos fueron llamados “apóstoles”, y a este grupo pertenecían, entre otros, Cefas, a saber, Pedro, y Juan (1 Corintios 9, 5; 15, 5-7; Hechos 1, 13. 26); en el curso de su vida hizo muchos milagros (Hechos 2, 22) y pasó beneficiando y curando a muchas personas (Hechos 10, 38); una vez se apareció a sus discípulos gloriosamente transfigurado (2 Pedro 1, 16-18); fue traicionado por Judas (Hechos 1, 16-19); en la noche de la traición instituyó la Eucaristía (1 Corintios 11, 23-25), agonizó orando (Hebreos 5, 7), fue ultrajado (Romanos 15, 3) y preferido a un homicida (Hechos 3, 14); padeció bajo Herodes y Poncio Pilato (1 Timoteo 6, 13; Hechos 3, 13; 4, 27; 13, 28); fue crucificado (Gálatas 3, 1; 1 Corintios 1, 13. 23; 2, 2; Hechos 2, 36; 4, 10) fuera de la puerta de la ciudad (Hebreos 13, 12); fue sepultado (1 Corintios, 15, 4; Hechos 2, 29; 13, 29); resucitó de entre los muertos al tercer día (1 Corintios 15, 4; Hechos 10, 40); luego se apareció a muchos (1 Corintios, 15, 5-8; Hechos 1, 3; 10, 41; 13, 31) y ascendió al cielo (Romanos 8, 34; Hechos 1, 2. 9-10; 2, 33-34).

Si comparamos esta restringida biografía extraevangélica de Jesús con la más amplia que ofrecen los Evangelios, podemos deducir que en el cristianismo de las primeras generaciones circulaba información unívoca sobre la figura del Nazareno, tanto más si tenemos en cuenta que la los documentos en cuestión, aunque todos convergieran en el Nuevo Testamento, han sido escritos por autores distantes e independientes entre sí en el tiempo y el espacio.

Los evangelios

Hay cuatro Evangelios canónicos (es decir, que caen dentro del canon bíblico oficial de las Iglesias cristianas y a los cuales incluso los investigadores no cristianos reconocen hoy [10] autoridad y autenticidad históricas) son cuatro: “según” Mateo, Marcos, Lucas (estos tres primeros Los evangelios también se llaman sinópticos [11]) y Juan.

El término “evangelio” deriva del griego εὐαγγέλιον (euangèlion), latinizado en evangelium y tiene diferentes significados.

Por un lado, en la literatura griega clásica, indica todo lo relacionado con la buena noticia, es decir: la buena noticia misma; un regalo dado al mensajero que lo trae; el sacrificio votivo por la divinidad como agradecimiento por la buena noticia.
En un sentido cristiano, sin embargo, indica la buena nueva sin más y siempre tiene que ver con Jesús de Nazaret. Puede ser, de hecho:

  • Evangelio de Jesús, que es la buena noticia que nos transmiten los apóstoles sobre la obra y enseñanza del Nazareno, pero sobre todo de su resurrección y vida eterna (y, en este sentido, se extiende también a los documentos que hoy conocemos como el evangelios);
  • Evangelio por Jesús, que es la buena noticia traída, esta vez, por el mismo Jesús, es decir el Reino de Dios y el cumplimiento de la espera mesiánica;
  • Evangelio-Jesús, en este caso la persona de Jesús, dada por Dios a la humanidad.

Formación de los Evangelios

En los primeros años después de la muerte del Nazareno, el “evangelio” (esta palabra ya incluía los tres significados enumerados anteriormente) se transmitía en forma de catequesis, término que deriva del griego κατήχησις, katejesis [12]. Jesús mismo no había dejado nada escrito, como los otros grandes maestros judíos de su tiempo, la época llamada “mishnaica” (alrededor del 10 al 220 d.C.), conocidos como Tannaìm [13], quienes que transmitían oralmente la Ley escrita y la tradición que se iba formando, de maestro al estudiante, a través de la repetición constante de pasajes de la Escritura, parábolas, frases y sentencias (midrashím, plural de midrash) construidas de manera poética y a veces en forma de cantilación [14], utilizando a menudo figuras retóricas como la aliteración, para favorecer la asimilación mnemotécnica de lo declamado .

Sin embargo, la amplia “resonancia” ecuménica suscitada por esta “buena noticia” motivó a la Iglesia naciente a querer poner por escrito, para luego traducirlo a la lengua culta y universal de la época (el griego) el anuncio de la vida y obra de Jesús de Nazaret. De hecho, sabemos que, ya en los años 50 del siglo I, circulaban numerosos escritos que contenían el “evangelio” (Lucas 1, 1-4). El desarrollo de un Nuevo Testamento escrito [15] sin embargo, no excluyó la continuación de la actividad catequética oral. En efecto, se puede decir que el anuncio continuó, con ambos medios, al mismo paso [16].

También en la misma década del primer siglo d.C., el infatigable Pablo les da a conocer a los Corintios (en su segunda Carta que escribe a esta comunidad) de que hay un hermano (y no cualquier hermano, sino “el” hermano) alabado en todas las Iglesias por el Evangelio que había escrito. No hay duda de que estaba hablando de Lucas, ya que era el hermano que más cerca había estado de él en sus viajes, tanto que había narrado sus hazañas en los Hechos de los Apóstoles.

Esto confirmaría lo que surge de los estudios más recientes sobre los Evangelios, realizados por estudiosos de la Biblia como Jean Carmignac [17] (1914-1986) y John Wenham (1913-1996), es decir, la necesidad de retrotraer los cuatro textos considerados sagrados por los cristianos por unas décadas en comparación con lo que se creía ser su fecha de composición hasta el siglo pasado.

Aunque no se puede afirmar nada definitivo con respecto a la fecha exacta de composición de los cuatro Evangelios, según la mayoría de los expertos estos escritos datan de la segunda mitad del siglo I, es decir cuando aún vivían muchos de los testigos presenciales de los hechos narrados. Se basarían, sin embargo, en fuentes aún más antiguas, como la llamada fuente Q (del alemán quelle, “fuente”), de la que Lucas y Mateo habrían extraído mucha información y que varios estudiosos identifican con una redacción más antigua de Marcos, y en los lógia kyriaká (dichos de / sobre el Señor).

A continuación se presenta un esquema que informa, de manera no exhaustiva, el estado de la investigación en torno a los evangelios canónicos:

  • Marco. Este es el Evangelio más antiguo (cuya redacción se sitúa entre el 45 y el 65 dC) y que sería la base de la triple tradición sinóptica. Según los estudiosos, deriva de la predicación del mismo Pedro, en Palestina pero sobre todo en Roma. Jean Carmignac cree que este Evangelio fue escrito, o dictado, por el mismo Pedro, en hebreo (o arameo) alrededor del año 42 y que luego fue traducido al griego (como lo escribió Papías de Hierápolis [18] en su obra Exégesis de los Lògia Kyriakà) por Marco, el hermeneutés (traductor), alrededor del 45 (como también afirma J. W. Wenham) o, como mucho, del 55.
  • Mateo. La redacción de este Evangelio se sitúa hacia el año 70 u 80 d.C. Sería el resultado de una colección de discursos en hebreo (lógia), recopilada y utilizada por el apóstol Mateo entre el 33 y el 42 d.C. durante su actividad evangelizadora entre los judíos de Palestina (la misma fuente Q también utilizada por Lucas) y completada, según Carmignac, no hacia el 70, sino hacia el 50 [19].
  • Lucas. Según muchos investigadores, este Evangelio también fue escrito alrededor del año 70 u 80. Se cree ampliamente que el de Lucas sería el Evangelio compilado con mayor precisión, desde un punto de vista histórico, y se basaría en la fuente Q (también utilizada por Mateo y que consistiría, en opinión de varios historiadores y biblistas, en la versión más antigua del Evangelio de Marcos), complementado con investigaciones personales realizadas en el campo (como afirma el propio autor en el Prólogo). Carmignac cree que la edición de Lucas se remonta al 58-60, o incluso poco después del 50 (hipótesis apoyada por Wenham y otros).
  • Juan. Único Evangelio no sinóptico, durante mucho tiempo ha sido considerado el menos “histórico” entre los Evangelios, hasta que un estudio en profundidad ha revelado que es, desde un punto de vista geográfico y cronológico, un documento aún más preciso que los anteriores Evangelios. La terminología rica y precisa, así como una información topográfica, cronológica e histórica clara e inequívoca, han permitido, entre otras cosas, reconstruir en detalle el número de años de la predicación de Jesús y fechar mejor, según un calendario más preciso, los acontecimientos pascuales y descubrir restos arqueológicos que luego se identificarían con lugares que él mismo describe en su Evangelio (el Pretorio de Pilatos, la Piscina Probática, etc.). Se remontaría, para muchos, al 90-100 d.C. Carmignac, Wenham y otros lo sitúan, sin embargo, poco después del 60.
Papiro 52 con fragmento del Evangelio de Juan (entre el II y el III sec. d.C.)

El Canon

Ya en el siglo II d.C., sobre todo en respuesta a Marción, que pretendía excluir del canon cristiano el Antiguo Testamento y todas aquellas partes del nuevo que no estuvieran en consonancia con sus enseñanzas (creía, de hecho, que el Dios de los cristianos no debería ser identificados con el de los judíos), Justino (140) e Ireneo de Lyon (180), seguidos luego por Orígenes, quisieron reiterar que los Evangelios canónicos, aceptados universalmente por todas las Iglesias, deberían ser cuatro. Esto fue confirmado dentro del Canon Muratoriano (lista antigua de libros del Nuevo Testamento, que data de alrededor de 170).

Para establecer la “canonicidad” de los cuatro Evangelios se siguieron criterios muy específicos:

  • Antigüedad de las fuentes. Como hemos visto, los cuatro Evangelios canónicos, que datan del siglo I d.C., se encuentran entre las fuentes más antiguas [1] y mejor documentadas por la cantidad de manuscritos o códigos (alrededor de 24 mil, incluidos griego, latín, armenio, copto, eslavo antiguo, etc.), más que cualquier otro documento histórico.
  • Apostolicidad. Los escritos, para ser “canónicos”, debían remontarse a los Apóstoles o a sus discípulos directos, como en el caso de los cuatro Evangelios canónicos, cuya estructura lingüística revela evidentes huellas semíticas (o “semitismos”: de ellos hablaremos más adelante). Nótese que el término “según”, antepuesto al nombre del evangelista (según Mateo, Marcos, etc.) indica que los cuatro Evangelios hacen un solo discurso sobre Jesús en cuatro formas complementarias [21], que se remontan a la predicación de los apóstoles individuales de los que derivan, en efecto, los escritos particulares: Pedro para el Evangelio según Marcos; Mateo (y probablemente Pedro, a través de Marcos) por el según Mateo; Pablo (y, como hemos visto, también Pedro, a través de Marcos y Mateo) por el de Lucas; Juan por el Evangelio que lleva su nombre. En la práctica, no es tanto el evangelista individual quien escribe el único Evangelio, sino la comunidad, o la Iglesia, nacida de la predicación de un apóstol del Nazareno.
  • La catolicidad o universalidad del uso de los Evangelios: debían ser aceptados por todas las principales Iglesias (“católica” tiene el sentido de “universal”), por tanto por las Iglesias de Roma, Alejandría, Antioquía, Corinto, Jerusalén, y otras comunidades de los primeros siglos.
  • Ortodoxia o fe correcta.
  • La multiplicidad de fuentes, o los numerosos y diversos testimonios a favor de los propios Evangelios canónicos (y aquí volvemos a citar, por ejemplo, a Papías de Hierápolis, Eusebio de Cesarea, Irineo de Lyon, Clemente de Alejandría, Panteno, Orígenes, Tertuliano, etc.).
  • Plausibilidad explicativa, es decir, la comprensibilidad del texto según una coherencia de causa y efecto.

Historicidad de Cristo y los Evangelios: criterios de estudio

Además de los más antiguos testimonios de los Padres de la Iglesia y los criterios utilizados ya en el siglo II d.C. en documentos como el Canon Muratoriano, se han desarrollado nuevos métodos, especialmente en la época moderna y contemporánea, que nos permiten confirmar los datos históricos que ya poseemos en referencia a la figura de Jesús de Nazaret y a los Evangelios.

Criterios literarios y editoriales

  • Estudio de las formas literarias (Formgeschichte). Este método se basa en el análisis literario de los Evangelios, a través de la clasificación de los pasajes evangélicos según las diferentes formas literarias, para determinar lo que se denomina “Sitz im leben“, es decir, la situación de la vida de la comunidad en la que surgió la forma literaria, y así “encarnar” la existencia del Nazareno y sus enseñanzas en un contexto vivo y con necesidades específicas.
  • Estudio de las tradiciones orales (Traditiongeschichte). Al estudiar las formas literarias preexistentes de los Evangelios, es posible determinar la existencia de tradiciones orales más antiguas, incluso en la terminología utilizada por los redactores de los documentos en cuestión. Por tanto, podemos identificar una tradición oral de Pedro (en Marcos y Lucas), una tradición de Pablo (en Lucas), una tradición de Mateo y una tradición de Juan.
  • Estudio de los criterios editoriales de los evangelistas (Redaktiongeschichte). Este estudio, al comparar el contenido de las diferentes tradiciones orales con las formas literarias escritas, también y sobre todo a partir de las discrepancias entre éstas, nos permite determinar que todo evangelista no se ha limitado a recoger datos y luego ponerlos por escrito, sino los organizaba según sus criterios y necesidades particulares (por ejemplo, predicando a una comunidad más que a otra), a la luz de lo cual unificaba todo el material.

Semitismos y análisis filológico

En los primeros siglos de la era cristiana, como hemos visto en algunos de los testimonios citados, era bien sabido que al menos dos de los Evangelios canónicos fueron escritos originalmente en una lengua semítica (hebreo o arameo). Con el transcurso del tiempo, sin embargo, al menos hasta Erasmo de Rotterdam (1518), se perdió la memoria de esta antiquísima capa subyacente a la lengua griega, en la que los textos habían llegado hasta nosotros. Es precisamente el inicio de un serio estudio filológico de los textos evangélicos que ha permitido, en la época moderna, poder reconstruir con mayor precisión esa estructura típicamente semítica que está en la base de los Evangelios tal como los conocemos hoy.

Las huellas de esta estructura se definen como “semitismos”, y pueden ser de varios tipos, según elaboró ​​Jean Carmignac: en préstamo; de imitación; de pensamiento; de vocabulario; de sintaxis; de estilo; de composición; de transmisión; de traducción; múltiplos

El mismo Carmignac cree, también a la luz del estudio de la tradición mishnáica, o de la transmisión oral y poética de la enseñanza de los maestros judíos del período intertestamentario, que los semitismos contenidos en los evangelios sinópticos son tan numerosos y de diversa índole como para hacer evidente el hecho de que los Evangelios, al menos Marcos y Mateo, fueron escritos primero en hebreo y luego retraducidos al griego. De hecho, al retraducir el griego del Nuevo Testamento al hebreo, se encuentran en esta lengua (más que en arameo) asonancias, rimas, aliteraciones y riquezas poéticas que no son visibles en la prosa griega. La razón de la insistencia en este aspecto por parte de los eruditos bíblicos y eruditos como Carmignac, Wenham y muchos otros [1] (incluidos varios judíos israelíes) es doble. Establecer, pues, que una parte de los Evangelios fue escrita en lengua semítica permite, por un lado, una datación un par de décadas anterior a lo que siempre se había creído, por lo tanto una mayor proximidad tanto a los hechos narrados como a testigos directos (y vivos, al momento de redactar este escrito), que pudieran avalar, o negar, lo relatado en las obras sobre la vida del Nazareno; por otro lado, una colocación más armoniosa de la figura de Jesús dentro del contexto social, religioso y cultural de la época (a lo que, por otro lado, también contribuyeron los manuscritos de Qumran).

Por razones de espacio y oportunidad, no podemos extendernos más en este aspecto. Baste pensar, sin embargo, que cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento hebreo puede identificar la estructura exacta, las construcciones, el léxico de esta antigua lengua semítica en los textos del Evangelio. En una lectura atenta, en efecto, casi parece que el lenguaje del Nuevo Testamento (al menos el de los cuatro Evangelios canónicos) sigue fielmente, en la estructura sintáctica, en la terminología, en el pensamiento, en el ritmo el del Antiguo. Proporcionamos a continuación sólo un par de los muchos ejemplos que podrían citarse.

Del Evangelio de Mateo (3, 9):

Español:

Os digo que de estas piedras Dios puede suscitar hijos verdaderos a Abraham

Griego:

λέγω γὰρ ὑμῖν ὅτι δύναται ὁ θεὸς ἐκ τῶν λίθων τούτων ἐγεῖραι τέκνα τῷ Ἀβραάμ

Lego gar hymìn oti dynatai o Theos ek ton lithon touton egeirai tekna to Abraam

Hebreo (una de las traducciones posibles):

אלוהים יכול לעשות מן האבנים האלה בנים לאברהם

Elohìm yakhòl la’asòt min ha-abaním ha-‘ele baním le-Avrahàm

Como puede ver, solo en la versión hebrea hay una asonancia entre el término “hijos” (baním) y el término piedras (abaním). No sólo eso: este juego de palabras que riman entre sí encaja perfectamente en la técnica de transmisión de enseñanzas basada en asonancias, aliteraciones, parábolas, oxímorones y contrastes (el famoso camello que pasa por el ojo de una aguja) que utilizaban los tannaitas para dejar impresas sus palabras en los discípulos.

El ejemplo que acabamos de relatar también puede estar presente en arameo (“piedras”: ‘ebnaya; “hijos”: banaya), y sin embargo hay muchos otros que existen solo considerando el idioma hebreo como el texto original en la base de los evangelios sinópticos, como en el caso del Padre Nuestro (Mateo 6, 12-13), en el que “perdonar las deudas” podría corresponder a la raíz nasa’, “deudas” y “deudores” a nashah; y “tentación” a nasah, o en el pasaje del Benedictus (Lucas 1, 68-79), una composición de tres estrofas, cada una con siete estiquios, según un estilo típico de Qumrán. En él hay, si se traduce al hebreo del griego, algunas asonancias increíbles:

  • “suscitando una fuerza de salvación en la casa de David” y “salvación que nos libra de nuestros enemigos”, donde “salvación” corresponde al término hebreo yeshu’a, que es precisamente el nombre hebreo de Jesús (en hebreo: “Dios salva”, o simplemente “salvación”). La expresión “suscitar una salvación poderosa…” podría, por tanto, traducirse: “suscitar un Jesús poderoso”.
  • “realizando la misericordia (o gracia) que tuvo con nuestros padres ”, donde “gracia” corresponde a la raíz ḥanan, que es entonces lo mismo que el nombre Juan (Yoḥanan, en hebreo: “Dios ha hecho la gracia”).
  • “recordando su santa alianza “, donde “recordar” corresponde a la raíz zakhar, que es la misma del nombre hebreo Zakharyahu, es decir Zacarias (en hebreo; “Dios se ha acordado”), padre de Juan el Bautista, quién es el que recita el pasaje en cuestión.
  • “juramento que juró a nuestro padre Abrahán”, donde “jurar” se remonta a la raíz shaba’, lo mismo que Elishaba’at, forma hebrea de Isabel (que en hebreo significa : “Dios ha jurado”).

Estos son solo algunos ejemplos de lo que un estudio riguroso, en términos exegéticos y filológicos, puede permitirnos adentrarnos en los textos evangélicos, llevando a una datación aún más precisa de los mismos, a un análisis más exacto del contexto histórico, cultural y religioso en el que escribieron y un mayor conocimiento del sustrato lingüístico que los subyace.

Criterios de historicidad de Cristo y de los Evangelios

Réné Latourelle (1918-2017), célebre teólogo católico canadiense, resumió, en el transcurso de una vida de estudios dedicada a profundizar en la credibilidad del cristianismo, una serie de criterios que permiten atestiguar la historicidad de Cristo y de los Evangelios [23]:

  • Criterio de atestación múltiple. “Puede considerarse auténtico un dato evangélico sólidamente atestiguado en todas las fuentes (o en la mayoría) de los Evangelios”. Es el caso, por ejemplo, de la cercanía de Jesús a los pecadores, que aparece en todas las fuentes de los Evangelios. Este criterio se basa en la convergencia e independencia de las fuentes.
  • Criterio de discontinuidad. “Puede considerarse auténtico un dato evangélico (especialmente cuando se trata de las palabras y actitudes de Jesús) que es irreductible tanto a los conceptos del judaísmo como a los conceptos de la iglesia primitiva”. En este sentido, se puede citar el uso que hace Jesús de la expresión abba, “papá”, para dirigirse a Dios. El término “padre”, entendido en el sentido de filiación íntima y personal hacia Dios, no sólo de Jesús de Nazaret, sino de los cristianos en general, aparece 170 veces en el Nuevo Testamento, de las cuales 109 sólo en el Evangelio de Juan, pero sólo 15 veces en el Antiguo, y aquí siempre con el significado de paternidad colectiva, “nacional” de Dios con respecto al pueblo judío.
  • Criterio de conformidad. “Puede considerarse auténtico un dicho o un gesto de Jesús que no sólo está en estricta conformidad con el tiempo y el ambiente de Jesús (ambiente lingüístico, geográfico, social, político, religioso), sino también, y sobre todo, íntimamente coherente con la enseñanza esencial, con el mensaje de Jesús, es decir, la venida y establecimiento del reino mesiánico”. Un ejemplo de esto son las parábolas, las bienaventuranzas, las oraciones y las enseñanzas, todas ellas orientadas hacia el establecimiento del “reino mesiánico”, en contraste, sin embargo, con la expectativa judía de un mesías político y terrenal.
  • Criterio de explicación necesaria. “Si ante un conjunto notable de hechos o datos, que requieren una explicación coherente y suficiente, se ofrece una explicación que aclare y agrupe armónicamente todos estos elementos (que, de lo contrario, quedarían en enigmas), podemos concluir que estamos en presencia de un hecho auténtico (hecho, gesto, actitud, palabra de Jesús)”. ¿Cómo se puede aplicar este criterio a los Evangelios? Por ejemplo, admitiendo la presencia de una personalidad “mastodóntica”, la de Jesús de Nazaret, que es la única explicación posible frente a la autoridad que se atribuye a sí mismo, la fuerza en oponerse a los notables de la época y a sus prescripciones, al carisma ejercido sobre las multitudes y sobre los discípulos.
  • Criterio “segundo” o derivado: el estilo de Jesús, en la práctica su personalidad. R. Latourelle cita a dos autores diferentes para explicar este criterio, Reiner Schürmann y Lionel Trilling, al afirmar que el estilo de Jesús de Nazaret se caracteriza por una autoconciencia bastante singular, solemne, majestuosa, que, sin embargo, iba de la mano de la sencillez , la bondad, la mansedumbre, el amor por los pecadores, la coherencia total [24] (en todos los textos que escriben sobre él nunca se contradice, y en este su caso es exactamente lo contrario al de Mahoma, fundador del Islam [25]) y la falta total de hipocresía.

Fuentes arqueológicas: algunos hallazgos fundamentales

Desde finales del siglo XIX, y a lo largo del XX, especialmente gracias al impulso del Mandato Británico en Palestina y al trabajo incansable de arqueólogos cristianos (franciscanos, en primer lugar) pero también judíos israelíes, se han producido innumerables descubrimientos arqueológicos en cuál fue el entorno de la vida de Jesús de Nazaret. En efecto, fue precisamente la arqueología la que favoreció el desarrollo de la Tercera Búsqueda y, en general, de la investigación histórica en torno a la figura del Nazareno y al contexto social, religioso y cultural en el que se movía, especialmente tras el sensacional hallazgo de los manuscritos de Qumrán (1947). Podemos decir con seguridad, por lo tanto, que la arqueología se ha convertido verdaderamente en un “quinto evangelio”, o al menos en una fuente insustituible con respecto a la investigación sobre el “Jesús histórico”.

Al final de este artículo, reportamos, pues, algunos de los hallazgos arqueológicos más importantes que han caracterizado los últimos 150 años y que responden a las preguntas o quejas de los críticos más acérrimos.

  1. Jesús de Nazaret nunca habría existido, ya que no hay evidencia de la existencia de la ciudad de Nazaret.

Comencemos desde Nazaret, entonces. Cualquiera que negara, hasta la década de 1960, la existencia de Jesús de Nazaret, ya que nunca se encontraría evidencia de una ciudad llamada Nazaret en las Escrituras hebreas antes del Nuevo Testamento, tuvo que cambiar de opinión. Le debemos, pues, al prof. Avi Jonah, de la Universidad de Jerusalén, el descubrimiento, en 1962, en las ruinas de Cesarea Marítima, la antigua capital de la provincia romana de Judea, de una placa de mármol con una inscripción hebrea del siglo III a.C. que lleva el nombre de Nazaret.

Piedra de Nazaret (siglo III a.C.)

En los años siguientes, pues, una campaña de excavaciones llevada a cabo donde ahora se encuentra la basílica franciscana de la Natividad, pudo sacar a la luz el antiguo pueblo de Nazaret y lo que universalmente se considera la casa de María (lugar de los relatos evangélicos de la Anunciación y de la Encarnación) y, en tiempos muy recientes, las excavaciones arqueológicas realizadas por equipos israelíes han descubierto, también en Nazaret, no sólo una casa de la época de Jesús (siglo I) cerca de la “casa de María”, sino una que pudo haber sido el hogar mismo de la familia de Jesús, José y María.2

  1. No se han encontrado rastros de los pueblos mencionados en los Evangelios alrededor del lago de Galilea.

El lago de Galilea, en el norte de Israel, ha demostrado ser un libro abierto, especialmente desde mediados de los años 60 del siglo pasado.

Los primeros en realizar excavaciones de considerable importancia fueron arqueólogos como Virgilio Canio Sorbo (quien, además, ya se había distinguido por sus importantes trabajos en el desierto de Judá, en el monte Nebo, en la fortaleza herodiana de Macheron, donde Antipas decapitó a Juan Bautista, al palacio-fortaleza del Herodión, cerca de Belén, y sobre todo al interior del Santo Sepulcro), quien, junto con sus colaboradores, sacó a la luz por completo el pueblo de Cafarnaúm, descubriendo la casa de Simón Pedro y la famosa sinagoga bizantina, que se puede admirar hoy, y bajo el cual se descubrió un edificio romano más antiguo para el mismo uso.

Sinagoga de Cafarnaúm

En 1996, sin embargo, un equipo dirigido por el arqueólogo judío israelí Rami Arav encontró los restos de la aldea evangélica de Betsaida Iulia (la aldea de pescadores a orillas del lago Tiberíades de la que, como está escrito en los Evangelios, procedían varios discípulos de Jesús) .


  1. No hay evidencia de la presencia de un culto de sinagoga antes de la destrucción del Templo, en el año 70 d.C.

Los hallazgos más recientes han demostrado que, en tiempos de Jesús de Nazaret, en Palestina ningún centro habitado, aunque sea de poca importancia, carecía de sinagoga. Además de la espléndida sinagoga de Cafarnaúm, de hecho, desde la década de 1960 se han descubierto numerosas estructuras de sinagogas dispersas por toda la región Palestina y sus alrededores. En este sentido, cabe mencionar el muy reciente descubrimiento de dos sinagogas en Magdala (pueblo cercano a Capernaum, también a orillas del lago de Galilea, datable a principios del siglo I d.C.), donde también se encontraba un barco pesquero, descubierto casi intacto, que data del primer siglo y bastante similar a los descritos en los Evangelios.

Sinagoga de Mágdala
  1. La existencia de Poncio Pilato nunca ha sido probada, ya que nunca fue mencionado en los registros oficiales del Imperio.

En 1961, otros arqueólogos, esta vez italianos, encabezados por Antonio Frova, descubrieron, en lo que es una fuente inagotable de datos, a saber, Cesarea Marítima, una placa de piedra caliza con una inscripción que hace referencia a Pontius Pilatus Praefectus Judaeae.

Piedra de Pilato

El bloque de piedra, conocido desde entonces como Piedra de Pilato, al parecer se encontraba originalmente fuera de un edificio que Poncio Pilato, descrito en el título como prefecto de Judea, había construido para el emperador Tiberio. Hasta la fecha del descubrimiento, aunque tanto Josefo como Filón de Alejandría habían mencionado a Poncio Pilatos, seguía cuestionándose su propia existencia, o al menos cuál era su cargo real en Judea, si como prefecto o procurador.

  1. El Evangelio de Juan es un escrito de carácter enteramente espiritual y no tiene valor histórico

En Jerusalén dos descubrimientos arqueológicos excepcionales son el hallazgo del Estanque de Betesda (o Piscina Probática, hoy santuario de Santa Ana) y del Litóstroto, del que se habían perdido completamente las huellas. Ambos fueron desenterrados en las inmediaciones de la explanada del Templo, exactamente en el lugar indicado por el Evangelio de Juan y se corresponden perfectamente con la descripción realizada por este último.
En el primer caso, se trata de una piscina con cinco arcadas que rodean una gran piscina de unos 100 metros de largo y de 62 a 80 metros de ancho, rodeada de arcos por los cuatro costados, lo que permite dar un aspecto verosímil al episodio del paralítico (Juan 5, 1-18) que tiene lugar en la “piscina probatica”.

Piscina Probática (reconstrucción)

En el segundo caso, el del Litostroto, se encontró un patio empedrado de unos 2.500 metros cuadrados, pavimentado según el uso romano (lithostroton, de hecho), y un lugar elevado, gabbathà (Juan 19, 13), que podría corresponder a una torre. La ubicación del lugar, muy cerca de la Fortaleza Antonia, en el ángulo noroeste de la explanada del Templo, y el tipo de restos desenterrados, permiten identificar la sede donde se sentaba el gobernador, o praefectus, para dictar sentencias.

Litóstroto (Jerusalén, hoy)

  1. No tenemos evidencia arqueológica específica de cómo era el Templo en la época de Jesús.

En la zona del Monte del Templo, arrasada por las tropas de Tito en el año 70 d.C., los arqueólogos descubrieron las entradas a la explanada con la puerta doble y triple al sur, sacando a la luz, ya que fueron destruidas por los romanos, los restos monumentales al oeste que incluyen una calle pavimentada flanqueada por comercios y los cimientos de dos arcos, uno llamado de Robinson que soportaba una escalinata que salía de la calzada, y otro, el de Wilson, que conectaba directamente el monte del templo a la ciudad alta. Conocemos, pues, la disposición del pórtico llamado “de Salomón” y también otras escalinatas que lo subían por el este, es decir desde el estanque de Siloé. Esto permite imaginar los episodios del Evangelio sobre Jesús en el Templo, como la expulsión de los mercaderes (Juan 2, 15).

Templo de Jerusalén (reconstrucción)

  1. No hay confirmación histórica sobre la técnica de crucifixión y sepultura de los condenados a muerte en Palestina en la época de Jesús [1]. Además, en otras regiones del antiguo Imperio Romano no se enterraba a los condenados, al contrario, se los dejaba pudrir colgados de cruces, a merced de los carroñeros.

Desde este punto de vista, es muy importante el hallazgo de restos humanos, en 1968, en una cueva de Giv’at ha-Mivtar, al norte de Jerusalén, de 335 esqueletos de judíos del siglo I d.C., el mismo período del Nazareno. De los análisis médicos y antropológicos realizados a los cadáveres, muchos habían muerto de forma violenta y traumática (presuntamente crucificados durante el asedio del 70 d.C.). Luego, en un osario de piedra en la misma cueva, que tenía grabado el nombre de Yohanan ben Hagkol, estaban los restos de un joven de unos 30 años, con el talón derecho todavía clavado en el izquierdo por un clavo de 18 centímetros de largo. Las piernas estaban fracturadas, una limpiamente rota, la otra con huesos destrozados: fue la primera evidencia documentada del uso del crurifragium.

Se trata de hallazgos óseos preciosos porque ilustran la técnica de crucifixión utilizada por los romanos del siglo I que, al menos en este caso, consistía en atar o clavar las manos a la viga horizontal (patibulum) y clavar los pies con un un solo clavo de hierro y un tarugo de madera sobre el poste vertical (entre la cabeza del clavo y los huesos del pie de Yohanan se encontró un trozo de madera de acacia, mientras que en la punta estaba adherida una astilla de madera de olivo con la que se hizo la cruz). El mismo descubrimiento es también de considerable importancia para refrendar el uso judío/palestino de enterrar a los difuntos siempre y en todo caso, aunque condenados a las torturas más atroces y abominables como es la crucifixión, como pretende el propio D. Flusser: por un precepto obligatorio, impuesto por la ley religiosa, era necesario enterrarlos antes de la puesta del sol [27], para no contaminar la tierra santa. Finalmente, existe consenso entre los arqueólogos sobre la ubicación de la crucifixión de Jesús en la roca del Gólgota, ahora dentro del Santo Sepulcro, lugar caracterizado por numerosas excavaciones que han sacado a la luz tumbas excavadas allí y que datan de antes del año 70 d.C.


Lo que acabamos de aportar en este y en el anterior artículo son solo algunas pistas, una gota en el maremagnum de estudios sobre la historicidad de Jesús de Nazaret, pero esperamos que sirvan de inspiración a quienes quieran profundizar en sus conocimientos, no sólo de una figura fundamental para todo el género humano, sino también de usos, costumbres y tradiciones que, por supuesto, están lejanas en el tiempo, pero que han marcado la historia del mundo entero.


[1] https://carfundacion.org/expertos/la-figura-historica-de-jesus/; https://carfundacion.org/expertos/la-figura-historica-de-jesus-2/

[2] Constitución Dogmática Dei Verbum. Concilio Vaticano II, nn. 18 e 19

[3] https://gerardo-ferrara.com/2021/09/07/la-tierra-demasiado-prometida/

[4] Flavio Josefo (alrededor del 37-alrededor del 100) fue un escritor e historiador judío, que se convirtió en consejero del emperador Vespasiano y de su hijo Tito. En sus Antigüedades judías, también menciona a Jesús ya los cristianos. En un pasaje (XX, 19) describe la lapidación del apóstol Santiago (que era el jefe de la comunidad cristiana de Jerusalén): “Ananías [—] convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio [—] y llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, cuyo nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados”, descripción que concuerda con la relatada por el apóstol Pablo en la carta a los Gálatas (1, 19). En otro pasaje (XCIII, 116 -119) el historiador apunta a la figura de Juan Bautista.

[5] Traducido del italiano

[6] La expresión “Padres de la Iglesia” se refiere, ya desde el siglo V d.C., a los principales autores cristianos, cuya enseñanza y doctrina aún se consideran fundamentales para la doctrina de la Iglesia y cuyos escritos forman la llamada literatura patrística. Entre los más importantes, también considerados santos y doctores de la Iglesia: Atanasio de Alejandría, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, Ambrosio de Milán, Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Juan Damasceno.

[7] Ejemplos de Ágrafa son la frase atribuida a Jesús por Pablo (en Hch 20,35): “Más bienaventurado es dar que recibir” (que no se encuentra en ninguno de los Evangelios) o la que Clemente Romano atribuye al Nazareno en su primera Carta a los Corintios (cap. 13): “Como hagáis, así se os hará; como deis, así se os dará; como juzguéis, así seréis juzgados; como seréis bondadosos, así se os será bondadosos”. De los Logia, en cambio, hay sentencias como las recogidas en documentos antiguos, especialmente papiros, como los de Oxirrinco (serie de papiros datados entre los siglos I y VI d.C., hallados en Oxirrinco, Egipto, entre el siglo XIX y y los siglos XX, con fragmentos de autores antiguos, como Homero, Euclides, Tito Livio, etc. y también de manuscritos cristianos, canónicos y no canónicos), por ejemplo: “[Jesús dice:] … y luego verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (cf. Mateo 7, 5; Lucas 6, 42).

[8] https://carfundacion.org/expertos/la-figura-historica-de-jesus-2/

[9] Este término constituye un “semitismo”. Por semitismo entendemos la traducción en griego -y, en consecuencia, en traducciones posteriores, del latín en adelante- de una palabra o expresión semítica, o, más que la traducción, un molde real. A través del estudio de los Evangelios, en efecto, y de los sinópticos en particular (Marcos, Mateo, Lucas) es posible identificar un sustrato semítico (hebreo o arameo) que luego se traduce a un griego que sigue servilmente su estructura gramatical, sintáctica, y de pensamiento. Básicamente, según informan varios estudiosos de la Biblia, los evangelios sinópticos (y más concretamente los de Marcos y Mateo) serían obras en hebreo o arameo pero con palabras griegas. En el caso del término “hermano”, el griego αδελφός (adelphós) traduce el hebreo y el arameo אָח (aḥ), con lo cual, sin embargo, en el sentido semítico, no solo entendemos a los “hermanos” bilaterales (hijos del mismo padre y de la misma madre), sino también a aquellos “unilaterales”, a los primos, a los parientes en general así como a los miembros del mismo clan o tribu, o incluso del mismo pueblo. Baste decir que ni siquiera en el hebreo moderno existe un término para definir a un primo: simplemente se le llama “hijo del tío”. Un fenómeno similar ocurre, por ejemplo, con el término “hijo”, en griego υιός (hyiós), que se traduce del hebreo בֵּן (ben) y del arameo בר (bar), donde esta palabra significa no sólo hijo de un padre o madre, sino también miembro de una tribu, de un pueblo, de una nación, de una religión (hijo de Abraham, de Benjamín, de Israel, etc.) o incluso de una condición, de un carácter y personalidad característicos (como en el caso de Santiago de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes -como leemos en Marcos 3, 17- Jesús puso el sobrenombre de Boanerges (Βοανηργες), “hijos del trueno”, para resaltar su impetuosidad. Según los estudiosos de la Biblia, esta expresión podría derivar del arameo בני רגיש (bené ragàsh o ragìsh) o del hebreo -y también arameo- בני רַעַם (bené ra‛am). Ambos significan, precisamente, “hijos del trueno” o “hijos de la tormenta”. En los alfabetos hebreo y arameo, de hecho , las letras utilizadas para ambos términos, especialmente para algunas escrutiras como aquella típica de Qumrán, son bastante similares, lo que puede dar lugar a errores de lectura y transcripción.

[10] https://carfundacion.org/expertos/la-figura-historica-de-jesus/

[11] Se llaman así porque muchas historias sobre Jesús se presentan con casi las mismas palabras, lo cual es evidente si se comparan tanto en la versión griega original como en los idiomas actuales y que permite leer mucha parte de ellos con un solo “golpe de ojo” (sinopsis).

[12] Dal verbo κατηχήω, katejeo, composto dalla preposizione κατά, katá, e il sostantivo ηχώ, ejo, es decir “eco”. El significado de este verbo es: “resonar”, “hacer eco”.

[13] La raíz tanna (תנא) es el equivalente arameo del hebreo shanah (שנה), que también es la raíz de la palabra Mishnah (el Talmud, junto con la Mishnah y el Tanakh, es un texto sagrado de la ley judía. El Talmud y la Mishnah son textos exegéticos que recogen las enseñanzas de miles de rabinos y eruditos hasta el siglo IV d.C.). El verbo shanah (hebreo: שנה) significa literalmente “repetir [lo que se enseña]” y se usa para significar “aprender”. Los Tannaim operaron especialmente bajo la ocupación del Imperio Romano.

[14] Tenemos un ejemplo de ello en el Corán: https://carfundacion.org/expertos/jesus-o-mahoma-quien-tiene-razon-2/

[15] En la segunda Carta a los Corintios, fechada aproximadamente en el año 54 d.C., Pablo habla de la “lectura de la Antigua Alianza”, o Testamento, así como de una Nueva Alianza ya no según la letra, como la antigua, sino según el espíritu, que ya no está grabada en las tablas, sino en el corazón.

[16] A este respecto, es interesante la reflexión de Francisco de Sales, santo y doctor de la Iglesia católica: “En primer lugar, toda doctrina cristiana es ella misma Tradición. De hecho, el autor de la doctrina cristiana es Cristo Nuestro Señor en persona, quien no escribió nada, sino algunas letras mientras perdonaba los pecados de la mujer adúltera. [—] A fortiori, Cristo no mandó escribir. Por eso, no llamó a su doctrina “Eugrafia”, sino Evangelio, y esta doctrina mandó transmitirla sobre todo a través de la predicación, y de hecho nunca dijo: escribid el Evangelio a toda criatura; dijo, en cambio: predicad. La fe, por tanto, no viene de leer, sino de escuchar”. En: Sermones, 1 marzo 1617, VIII.

[17] Sacerdote católico y biblista francés, fue un gran exégeta y traductor de los Manuscritos del Mar Muerto, de cuyo idioma fue uno de los mayores expertos mundiales. Gracias a los conocimientos adquiridos sobre el tema, se dio cuenta de que el griego de los evangelios sinópticos trazaba de manera impresionante el tipo de hebreo utilizado en los rollos de Qumrán (hasta 1947 se creía que el idioma hebreo en Palestina estaba extinto en tiempos de Jesús, mientras que el descubrimiento de cientos de manuscritos en las cuevas alrededor del Mar Muerto confirmó que el hebreo, por otro lado, todavía estaba en uso, al menos como una lengua “culta”, al menos hasta el final de la Tercera Guerra Judía, en 135 d.C. ). Sobre la base de un profundo estudio lingüístico de estos Evangelios, que duró veinte años, se convirtió en partidario de su redacción primitiva en el idioma hebreo, en lugar del griego en el que nos han llegado y, por lo tanto, de su datación hacia el año 50. Carmignac presentó esta tesis en la obra La naissance des Évangile synoptiques, publicada en español con el título El nacimiento de los Evangelios sinópticos.

[18] En Exégesis de la Lògia kiriakà, de la que Eusebio de Cesarea cita algunos extractos en la Historia Eclesiástica (Libro III, cap. 39), escribe Papías: “Marcos, que fue el hermeneutés [traductor] de Pedro, escribió exactamente, pero sin embargo sin orden , todo lo que recordaba, de lo que el Señor había dicho o hecho. Porque no había escuchado ni acompañado al Señor pero, después, como ya he dicho, acompañó a Pedro”. Tenemos noticias similares de Clemente de Alejandría, Orígenes, Irineo de Lyon y el mismo Eusebio de Cesarea.

[19] Información confirmada por Papías (obra citada): “Mateo, por lo tanto, reúne los logia en el idioma hebreo, y cada uno los hermeneuse [tradujo] como pudo”. Incluso Ireneo de Lyon (discípulo de Policarpo de Esmirna, discípulo, a su vez, del evangelista Juan), escribió en el año 180 d.C., en su obra Contra las herejías: “Mateo publicó un escrito de los Evangelios entre los hebreos, en su lengua materna, mientras que Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la Iglesia; después de su muerte también Marcos, el discípulo y traductor de Pedro, nos transmitió por escrito la predicación de Pedro; Lucas, compañero de Pablo, escribió lo que éste predicaba”. Testimonios muy antiguos similares llegan a través de Panteno, Orígenes, Eusebio de Cesarea.

[20] El fragmento más antiguo del Nuevo Testamento canónico corresponde a uno de los Evangelios, el de Juan, y es el Papiro 52, también conocido como Rylands 457, hallado en Egipto en 1920 y fechado entre los siglos II y III d.C. Desde un punto de vista histórico, es impresionante la cercanía entre la edición de la propia obra (según escribimos, entre los años 60 y 100 d.C.) y el testimonio escrito más antiguo que de ella se ha encontrado, si tenemos en cuenta que la primera copia escrita de la Ilíada data de volver al 800 d.C., mientras que se cree que la obra en sí probablemente fue escrita alrededor del año 800 a. C.

[21] Uno de los primeros Padres de la Iglesia en señalar la presencia de “discrepancias” entre un Evangelio y otro fue Agustín, quien, sin embargo, habló de una concordantia discors.

[22] Al respecto, cfr. obras de estudiosos como Flusser, Meier y otros.

[23] Réné Latourelle, “Storicità dei Vangeli”, in R. Latourelle, R. Fisichella (ed.), Dizionario di teologia fondamentale, Cittadella, 1990, pagg. 1405-1431 (en italiano).

[24] https://carfundacion.org/expertos/la-figura-historica-de-jesus-2/

[25] https://carfundacion.org/expertos/jesus-o-mahoma-quien-tiene-razon/

[26] https://carfundacion.org/expertos/la-figura-historica-de-jesus/

[27] “Si uno, reo de la pena de muerte, es ejecutado y lo cuelgas de un árbol, su cadáver no quedará en el árbol de noche, sino que lo enterrarás ese mismo día, pues un colgado es maldición de Dios, y no debes contaminar la tierra que el Señor, tu Dios, te da en heredad” (Deuteronomio 21, 22-23).

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