La tierra demasiado prometida

Reconstrucción histórica de los hechos que llevaron al nacimiento de la cuestión árabe-israelí con un enfoque en la historia de los judíos desde la diáspora hasta finales del siglo XIX, en los orígenes y diferentes corrientes del sionismo, en las primeras emigraciones de judíos a Palestina, lo que resultó en la expansión del nacionalismo panárabe y panislámico.

Judíos se dirigen hacia Palestina

Escribir un artículo sobre el conflicto de casi un siglo entre árabes y judíos en Palestina significa entrar en territorio hostil. De hecho, hay demasiadas heridas; demasiados intereses, de ambos lados y en todo el mundo; demasiadas promesas, sueños, sacrificios de ambos pueblos; demasiada es la ideología que gira en torno a la cuestión.

Baste decir que, a pesar de dedicar más de veinte años al estudio del tema, rara vez he podido encontrar fuentes objetivas para documentarme o discutir con personas que se preocupen por el destino de judíos y árabes juntos, no solo de uno u otro. Y también baste decir que uno de los libros más exhaustivos sobre la cuestión, del que tomamos prestado el título de este artículo y que citamos en la bibliografía, está sin embargo contaminado por el materialismo histórico y la ideología marxista que ven en el regreso de los judíos a Palestina tan sólo una consecuencia del Holocausto y de intereses políticos y económicos, excluyendo a priori la expectativa de dos mil años de los judíos en el mundo.

Por supuesto, no pretendemos, con nuestra sencilla y modesta contribución, situarnos por encima de historiadores que cuentan con credenciales mucho más altas que las nuestras. Sin embargo, escribimos lo siguiente con la esperanza de que quienes lean quieran abordar la cuestión de una manera no ideológica y aproximada, como si estuvieran participando en un partido de fútbol y hubiera una competencia entre los aficionados a quién grite más fuerte, pero de manera constructiva y, sobre todo, paterna. Y con la palabra “paterna” se entiende la actitud de un padre que ama a los dos hijos envueltos en una riña y que sabe que ambos tienen motivos y culpas – y que  los delitos cometidos por los dos son execrables – pero desea y se compromete con la resolución del conflicto teniendo en cuenta los intereses de ambos.

Israel y Palestina

Israel. Palestina. Ha-Aretz (en hebreo: la tierra tout court, que es como los judíos definen el país que Dios les prometió, desde Dan, en el norte, hasta Beerseba en el sur). Filastín (en árabe: Palestina). Yerushalayim (nombre hebreo de Jerusalén, que significa “altura de la paz” y, por extensión, ciudad de la paz). Al-Quds (la Santa: nombre árabe de Jerusalén).

En este parche de tierra las cosas tienen a menudo dos o más nombres y las definiciones de los lugares de esta pequeña región entre África y Asia son altisonantes, dan una sensación de absoluto, de divino, como si todas las miradas del mundo, todas las expectativas, los anhelos y los deseos de miles de millones de hombres en la historia convergieran aquí. Y, de hecho, Jerusalén es la ciudad que cuenta, después de Washington, con el mayor número de corresponsales del exterior que se ocupan de informar a lectores y espectadores de todos los países sobre el día a día de este rincón del mundo.

Antes de profundizar en la cuestión árabe-israelí, es necesario aclarar a quién ya qué nos referimos. Para ser más precisos, incluso sería necesario hablar en primer lugar de una cuestión judía, que luego pasa a ser judeo-otomana y al mismo tiempo judeo-árabe o judeo-palestina y, finalmente, sólo desde 1948, árabe-israelí o israelí-palestina.

¿Judíos o israelíes?

Comencemos con uno de esos supuestos que todo orientalista novato debe conocer. Durante las primeras lecciones en la universidad, se nos enseña que no todos los árabes son musulmanes y que no todos los musulmanes son árabes, y al mismo modo es necesario señalar que no todos los judíos son israelíes y no todos los israelíes son judíos.

Entonces, ¿quiénes son los israelíes? Son los ciudadanos del estado de Israel, un país de Asia occidental que tiene alrededor de 9 millones de habitantes de los cuales alrededor de 7 millones son judíos, con una minoría considerable (alrededor de 2 millones) de árabes, mayoritariamente musulmanes sunitas pero con una pequeña minoría de cristianos y drusos. Los israelíes, por lo tanto, pueden ser judíos y árabes (o palestinos: sobre el uso de esta palabra, véanse las páginas siguientes) y tanto judíos como musulmanes, drusos, cristianos, etc.

Los judíos (un término que es sinónimo, en español, de “israelitas” y no de “israelíes”), por otro lado, son un grupo etnoreligioso de 17 a 20 millones de personas, la mayoría de las cuales (unos 10 millones) residen en Estados Unidos; luego hay alrededor de 7 millones en Israel. También hay una presencia bastante consistente en Francia (había 700 mil a principios de este siglo, pero están disminuyendo constantemente), Reino Unido, Argentina, Rusia y otros países.

Se les definen “grupo etnoreligioso”, y no simples fieles de una religión, porque el concepto de etnia y el de fe religiosa, en el judaísmo, están muy relacionados. Antes de la Shoah, u Holocausto, es decir el genocidio que exterminó a la mayoría de las comunidades judías de Europa, el Viejo Continente fue la cuna de más de la mitad de los judíos de todo el mundo.

Judíos asquenazíes y sefardíes

Los judíos, tanto los que viven en Israel como los dispersos por todo el mundo, se dividen generalmente en dos grandes grupos, en función de diferentes factores que son, en primer lugar, todos los aspectos culturales que los distinguen, como el idioma, las tradiciones, los hábitos y costumbres, así como las vicisitudes históricas por las que han pasado y la ubicación geográfica de la comunidad a la que pertenecen.

Estos dos grupos se llaman “asquenazí” y “sefardí”[1]. Por lo general se denominan sefardíes a aquellos israelitas que, tras ser expulsados ​​de España en 1492, tras la definitiva Reconquista del país frente a los moros por parte de Fernando, rey de Aragón, e Isabel, reina de Castilla, encontraron refugio en el norte de África, en el Imperio Otomano, en Egipto, en Oriente Próximo[2]. Sin embargo, hoy en día, a las comunidades judías de Yemen, Irak, Palestina y otros países de Asia y África – que poco o nada tienen que ver con los refugiados expulsados de la Península Ibérica en el siglo XV – también se les llama sefardíes.

Esto sucede porque, en el siglo XVI, un erudito y místico de origen andaluz, Yossef Caro (1488-1575), redactó un código, llamado Shulhan Arukh, que recogía todas las tradiciones, usos, costumbres, reglas de legalidad e ilegalidad, lo rituales de las comunidades hispanas. En respuesta, otro erudito, judío polaco, Moshé Isserles, también conocido como Haremá, comentó sobre el código de Caro, dictaminando que algunas de las reglas contenidas en él no se ajustaban a la tradición askenazí.

De esta manera, se creó la distinción entre asquenazí y sefardí[3], que muchos también definen, respectivamente, judíos europeos y judíos orientales.

Lo que acabamos de expresar es sólo una generalización de las muchas diferencias entre los judíos de todo el mundo, quienes, a pesar de todo, han conservado siempre y en todo caso las raíces comunes, el culto y, sobre todo, el anhelo nostálgico de un regreso a la tierra prometida, acompañado del dolor por el exilio (que siempre acompañaba los gestos y las palabras de la vida cotidiana y de las celebraciones más importantes).

Historia de los judíos

La diáspora, es decir, la dispersión de los israelitas (término que es sinónimo de “judío” y no de “israelí”) en los cuatro rincones del globo, ya había comenzado entre el 597 y el 587 a. C., con el llamado “Cautiverio babilónico”, es decir la deportación de los habitantes de los reinos de Israel y Judá a Asiria y Babilonia, y con la destrucción del templo de Salomón por el rey Nabucodonosor.

Cautiverio babilónico

En 538, con el edicto de Ciro, rey de los persas, una parte de los judíos pudo, una vez de regreso a su tierra natal, reconstruir el templo, aunque muchos israelitas se habían quedado en Babilonia o se habían ido a vivir a otras regiones, un proceso que continuó en la época helenística[4] y romana.

Sin embargo, fue Roma la que puso fin, y durante casi dos mil años, a las aspiraciones nacionales y territoriales del pueblo judío, con las sangrientas tres Guerras judeo-romanas. La primera de ellas (66-73 d.C.), iniciada por una serie de revueltas contra la autoridad romana por parte de la población local, culminó con la destrucción de Jerusalén y el Templo[5], así como otras ciudades y bastiones militares como Masada, y la muerte , según el historiador de la época Flavio Josefo, de más de un millón de judíos y veinte mil romanos.

Roma, el Arco de Tito

La segunda (115-117) tuvo lugar en las ciudades romanas de la diáspora y también provocó miles de víctimas. En la tercero (132-135), también conocida como la Rebelión de Bar-Kojba[6], la máquina de guerra romana aniquiló todo a su paso, arrasando alrededor de cincuenta ciudades (incluyendo lo que quedaba de Jerusalén) y mil aldeas hasta los cimientos.

No solo los revoltosos, sino casi toda la población judía que sobrevivió a la primera Guerra judeo-romana fue aniquilada (hubo aproximadamente 600 mil muertos), junto con la idea misma de una presencia judía en la región, que fue romanizada incluso en la topografía. El nombre de Palestina, de hecho, y más precisamente de Syria Palæstina, fue atribuido por el emperador Adriano a la antigua provincia de Judea en el año 135 d.C., después del final de la tercera Guerra judeo-romana[7].

El mismo emperador hizo reconstruir Jerusalén como una ciudad pagana, con el nombre de Aelia Capitolina, colocando templos a los dioses greco-romanos justo encima de los lugares santos judíos y cristianos (hasta entonces se había asimilado a judíos y cristianos), e impidió que todos los judíos entraran. Sin embargo, al menos durante los primeros siglos de la era cristiana, una minoría judía sobrevivió en las áreas rurales de Judea y sobre todo en las ciudades santas de Safed y Tiberíades, en Galilea, tanto es así que, según aparece en las crónicas de la época, la minoría judía participó en masacres de cristianos, de acuerdo con los persas sasánidas[8], durante la conquista de estos últimos a principios del siglo VII d.C. e incluso gobernó Jerusalén durante 15 años, antes de ser masacrada casi por completo a su vez y de favorecer, por esta razón, el avance y conquista de las tropas árabe-islámicas en el 637.

Sin embargo, los historiadores se han preguntado, a lo largo de los siglos, por qué no hubo, antes de 1880, una fecha que tradicionalmente marca el comienzo de la cuestión árabe-israelí – en esta época era sería más correcto llamarla todavía judeo-palestina – una inmigración masiva de judíos en el país, que mientras tanto pasó de mano en mano: romanos, persas, bizantinos, árabes, cruzados, turcos otomanos.

Ciertamente por razones económicas (las comunidades judías, ahora muy urbanizadas y dedicadas al comercio, se habían asentado permanentemente en muchos centros importantes de Europa, de Asia y de África mediterránea, y habían tejido una densa red comercial), pero probablemente también religiosas: el Talmud de Babilonia, de hecho (tratado Ketubot, 111a), establece que a los israelitas Dios les habría impedido rebelarse contra las naciones creando su propio estado; emigrar en masa a Tierra Santa; apresurar la venida del Mesías.

Estas prohibiciones son la base de la doctrina estrictamente antisionista y antiisraelí de los Neturei Karta[9] (Guardianes de la ciudad), un movimiento judío ortodoxo que se niega a reconocer la autoridad y la existencia misma del estado de Israel.

Sin embargo, a finales del siglo XIX Palestina formaba parte de la provincia otomana (vilayet) de Siria y su población era casi exclusivamente de habla árabe e de religión islámica (aunque había grandes minorías cristianas, especialmente en ciudades como Nazaret, Belén y Jerusalén, donde los cristianos a veces representaban la mayoría relativa).

Solo había 24 mil judíos, el 4,8 por ciento de la población. Como súbditos otomanos, se les consideraba (igual que los cristianos) ciudadanos de segunda categoría, es decir dhimmi, y estaban sujetos al pago de un impuesto de capitulación, llamado yizya, y un impuesto sobre su tierra, jaray, hasta 1839, cuando, siguiendo la promulgación del Edicto (Hatti sherif) de Gülhane, del Edicto (Hatti) Hümayun (1856) y del Islahat Fermani, el Sultán Abdülmecit I concedió plena igualdad jurídica con los musulmanes a todos los súbditos no islámicos de lo Sublime Puerta, en el contexto de las famosas Tanzimat, reformas liberales inspiradas precisamente en las de Europa.

Paradójicamente, los gérmenes de la cuestión árabe-israelí salen a la luz precisamente en el momento en que, no obstante las revoluciones liberales y la apertura de los guetos en Europa y con las Tanzimat en el Imperio Otomano, siguen registrándose pogromos violentos y actos y episodios más sutiles de antisemitismo, especialmente en Europa y Rusia, pero también en Siria y otras partes del mundo occidental y oriental.

Es entonces cuando nació y se desarrolló, en el contexto de los nacionalismos europeos y también, como consecuencia de la Haskalah, la Ilustración judía (que vio un renacimiento de la literatura y de la cultura judeo-europea), la ideología que está a la base del actual estado de Israel: el sionismo.


El Sionismo: origen, difusión y corrientes principales

El término sionismo[10] apareció por primera vez en 1890, en la revista “Selbstemanzipation” (“Autoemancipación”), acuñado por Nathan Birnbaum. Es un término bastante genérico, ya que, en sus diversas facetas y en las visiones de sus múltiples exponentes, el proyecto, o la ideología sionista, tiene precisamente el objetivo de emancipar al pueblo judío, ante la imposibilidad de su asimilación e integración en los países del Viejo Continente y, sin embargo, esta emancipación puede ser a nivel nacional y territorial o incluso sólo espiritual y cultural.

Sus primeros exponentes, poco famosos en círculos no especializados, son Yehuda Alkalai (1798-1878), Zvi Hirsch Kalischer (1795-1874), Moses Hess (1812-1875), autor de Roma y Jerusalén, y Yehuda Leib (León) Pinsker (1821-1892), fundador y líder del movimiento Hovevei Zion. Soñaban con una especie de redención de los judíos, especialmente de las masas de clase baja de Europa del Este, a través de un proceso que conduciría a una existencia más libre y consciente en un asentamiento palestino, aunque bajo la soberanía del sultán otomano. Se trata, por tanto, de proyectos y aspiraciones de emancipación económica, social y cultural, más que nacional y territorial.

Sin embargo, el exponente sionista más conocido es el famoso Theodor Herzl (1860-1904). Oriundo de Budapest, Herzl era un judío plenamente asimilado y comenzó a abordar la llamada “cuestión judía” solo a partir de 1894, cuando, se encontraba en París como corresponsal del periódico Neue Freie Presse.

En ese año, precisamente en París, estalló el “caso Dreyfuss” que, por el carácter antisemita de la cuestión, conmocionó tanto a quien es considerado el padre fundador del estado de Israel (donde a una ciudad fundada en 1924, Herzliya, se le dio su nombre) para inducirlo a reflexionar sobre la cuestión judía (que no parece haber despertado sus intereses antes) y a escribir un folleto titulado Der Judenstaadt (El Estado Judío), en el cual imagina, hasta el más mínimo detalle, cómo se puede fundar y construir un estado completamente judío.

Para él, de hecho, la cuestión judía ya no es algo solamente religioso, cultural o social, sino es un problema nacional: los judíos son un pueblo y deben tener un territorio propio para escapar del antisemitismo milenario que los persigue. Así, en 1897, con motivo del primer Congreso Sionista en Basilea, fundó la Organización Sionista Mundial (World Zionist Organization), cuyos objetivos reflejaban las líneas programáticas adoptadas dentro del mismo congreso, a saber, el “Programa de Basilea”. Este programa tenía como objetivo crear un estado judío en Palestina, legalmente reconocido a nivel internacional.

Hay que decir que Palestina no fue el único territorio que se tomó en consideración. Argentina, tan rica y escasamente poblada, también fue sugerida por Herzl como un refugio seguro para el pueblo judío, además de Chipre o Sudáfrica. Luego de proponer al sultán Abdülhamid saldar las deudas del Imperio Otomano a cambio de Palestina y tener rechazada su propuesta, Herzl se dirigió a Gran Bretaña, optando, como posibles zonas para un futuro estado judío, por la península del Sinaí (la costa de Al-Arish) o Uganda, aunque todos los proyectos se esfumaron tras su muerte en 1904.

Escribimos anteriormente que el sionismo no es de ninguna manera un bloque monolítico o un proyecto para el cual existe una identidad de puntos de vista por parte de todos sus exponentes.

Entre sus principales corrientes, mencionamos las siguientes:

  • Sionismo territorialista (o neoterritorialista): sus partidarios, encabezados por el escritor y dramaturgo judío inglés Israel Zangwill (1864-1926), rechazaron la idea de un vínculo histórico entre judíos y Palestina, así como entre el sionismo mismo y Palestina y, a través de la Jewish Territorial Organization, fundada por el propio Zangwill, comenzaron a buscar un territorio adecuado para ser asignado al pueblo judío con miras a un asentamiento estable. Entre las posibilidades de colonización se hipotetizaron: Angola, Tripolitania, Texas, México, Australia. Obviamente, el territorialismo y el neoterritorialismo no sobrevivieron a la creación del Estado de Israel.
  • Sionismo espiritual: el principal exponente de esta corriente fue Asher Hirsch Ginzberg (1856-1927), conocido como Ahad Ha-Am (en hebreo: uno del pueblo). Erudito de la Torá y del Talmud, abandonó definitivamente la fe y se dedicó con pasión al estudio de una solución a la cuestión judía. Sin embargo, estaba convencido de que Palestina no era la solución ideal ya que, en primer lugar, no podía acomodar a toda la población judía del mundo y, en segundo lugar (y fue de los pocos en declararlo) esa región ya estaba ocupada por otro pueblo semítico, los árabes, por los que tenía respeto y admiración, tanto es así que tras el asesinato de un chico árabe por algunos judíos, escribió: “Judíos y sangre: ¿hay dos términos más antitéticos que estos? […] Hoy se está extendiendo entre el pueblo judío una tendencia a sacrificar, en el altar del ‘retorno’, a sus profetas, los grandes principios morales por los que nuestro pueblo vivió y sufrió, los únicos por los que consideró que merecía la pena trabajar para volver a ser un pueblo de la tierra de sus padres”[11]. Y nuevamente, después de emigrar a Palestina y contribuir a la promulgación de la Declaración Balfour (1917), adhiriéndose a los principios del sionismo binacional: “El derecho histórico del pueblo judío no anula los derechos de los demás habitantes del país, quienes tienen un derecho real al país por haber vivido y trabajado en él durante generaciones. […] Debe construirse la sede nacional del pueblo judío […] sin destruir la sede nacional de los demás habitantes”[12].
  • Sionismo binacional, cuyos principales exponentes fueron Judah Leon Magnes (1877-1948) y el célebre Martin Buber (1878-1965). Buber, en particular, argumentó que el sionismo y el nacionalismo no tienen nada que ver, de hecho, que el sionismo debía ser un “poder del espíritu” que irradiara desde un centro que era Jerusalén y desde el cual se extendiera por todo el mundo en beneficio de toda la humanidad. Por lo tanto, era impensable que se fundara un estado nacional de base exclusivamente judía. En cambio, judíos y árabes deberían haber vivido juntos pacíficamente en un estado binacional en el cual ambos vieran cumplidas sus legítimas aspiraciones. Incluso después de la creación del Estado de Israel, Buber se opuso firmemente a las políticas adoptadas por los gobiernos de su nuevo país hacia la minoría árabe.
  • Sionismo socialista, cuyo objetivo era liberar definitivamente al pueblo judío de su sometimiento secular mediante no solo la emigración masiva a Palestina, sino la construcción de un estado proletario y socialista. Dov Ber Borochov (1881-1917), el principal representante de esta corriente, insistió particularmente en un punto: Palestina estaba habitada por unas pocas personas diseminadas en pequeñas áreas y completamente inconscientes de ser un pueblo. Mediante una acción de carácter marxista, la asimilación económica y cultural tenía que que ser impuesta por una población más “avanzada” – y  que conservaba una posición dominante – a otra, más flexible y retrógrada.
  • Sionismo armado (revisionista), cuyo mayor teórico y defensor fue el judío ruso Vladimir Ze’ev Jabotinsky (1880-1940). Creó la Legión Judía en 1920 y en 1925 un partido de extrema derecha, la Unión Mundial de Sionistas Revisionistas (Zohar) de la que se derivaron organizaciones terroristas como Irgun Zevai Leumi (Organización Militar Nacional) y Lehi (Lohamei Herut Israel), más conocida como Banda Stern. Esta forma de sionismo vio la lucha armada como la única forma de garantizar que los judíos obtuvieran un estado; una lucha armada que se iba a emprender tanto contra el poder mandatorio (Gran Bretaña) como contra la población árabe. Entre otras cosas, los revisionistas rechazaron categóricamente todas las formas de socialismo y marxismo. Muchos han visto en esta forma de sionismo la que ha llegado a prevalecer sobre las demás y que ha permeado diversas estructuras del estado de Israel, en particular la doctrina de partidos y movimientos políticos como el Likud, el partido de Menahem Begin, Ariel Sharon y del mismo Benjamin Netanyahu.

Tratando de hacer un primer balance con respecto al sionismo, podemos afirmar que, al menos hasta 1918, esta ideología no tuvo mucho arraigo entre los judíos del mundo. Las cifras de los flujos migratorios en Palestina entre 1880 y 1918 dan fe de la llegada de 65 mil a 70 mil judíos; 483 mil llegaron entre 1919 y 1948. Por otro lado, solo entre 1948 y 1951, 687 mil personas emigraron al recién nacido estado judío.

En general, entre 1948 y 1991, llegaron a Israel hasta 2 millones 200 mil almas, aunque, después de 1951, los flujos se atenuaron fuertemente, pero solo hasta fines de la década de 1980, que corresponde al período de la gran inmigración de la antigua Unión Soviética. En particular, números en la mano, surge un hecho fundamental: solo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto desde la fundación del estado de Israel, ha habido un aumento impresionante de los flujos migratorios, lo que sugiere que, a convencer a los judíos del mundo del riesgo de seguir viviendo en la diáspora no fue tanto la doctrina sionista, sino  una de las mayores catástrofes de la historia: el Holocausto. Si así no es, sin duda la Shoah ciertamente representó el golpe final a las esperanzas de asimilación de muchos judíos europeos.

Judíos se dirigen hacia Palestina

Eretz Israel: emigraciones hacia Palestina

La primera emigración importante de judíos europeos a Palestina tuvo lugar a partir de 1881. Es curioso notar cómo la idea de dejar su país para irse a vivir a Palestina – después  de 1948, Estado de Israel – corresponde, para un judío, a el concepto de retorno y, más aún, a una experiencia religiosa equiparable a una peregrinación.

Y de hecho, en hebreo, “inmigración a Israel” y “peregrinaje” son homónimos: para definirlos usamos el término ‘aliáh (עלייה), que significa “ascenso”, “ascensión”. Los judíos que llevan a cabo esta inmigración y este ascenso se definen como olím (עולים – de la misma raíz “על”, “‘al”), es decir, “los que suben”. De hecho, el nombre de la aerolínea de bandera israelí El Al (אל על), significa “hacia arriba”, “hacia lo alto” (y con un doble significado: “alto” es el cielo, pero “alta”, en comparación con el resto del mundo, también es la Tierra de Israel, a la que los aviones de El Al llevan pasajeros.

El primer año de este fenómeno coincide con una serie de pogromos contra judíos rusos, tras el asesinato del zar Alexander Romanov en San Petersburgo el 1 de marzo de 1881 por miembros de la organización revolucionaria Narodnaya Volya. Este gesto, aunque solo uno de los miembros de la propia organización era judío, desató la ira y la venganza contra todos los israelitas del Imperio Ruso, obligando a un millón de personas a huir, en su mayoría a Estados Unidos, pero también a otras regiones del mundo incluyendo, mínimamente, Palestina.

Algunos de estos refugiados fundaron una organización llamada Bilu (de las iniciales de un verso de Isaías: “Beth Yaakov, lekhú ve nelkhá”, que significa “Casa de Jacob, ¡venid, caminemos!”), cuyos miembros se llamaban biluím y que representa el primer núcleo sustancial de ‘olìm. Estos prófugos pudieron asentarse con la ayuda de filántropos adinerados como el Barón de Rothschild u organizaciones sionistas como la rusa Hovevei Zion o la Jewish Colonization Association.

La segunda, en cambio, se produjo a partir de 1905, tras el fracaso de la primera Revolución Rusa y la publicación del folleto Protocolos de los Sabios de Sión por parte de la policía secreta zarista, un documento falso atribuido a una supuesta organización judía y masónica para difundir la idea de un complot urdido por los judíos para apoderarse del mundo.

Esta segunda ‘aliyah, cuyos miembros tenían ideas más marcadamente socialistas que los de la primera, pasó a incrementar la presencia judía en Palestina, gracias también a la compra de grandes extensiones de tierra agrícola, obtenida con la ayuda de las organizaciones internacionales antes mencionadas, que en muchos casos pagaban muy generosamente a funcionarios otomanos corruptos y terratenientes locales quienes, en teoría, tenían prohibido vender tierras a extranjeros occidentales, sobre todo a sionistas. Además, las mismas tierras ya estaban habitadas o utilizadas por los fellah, los campesinos árabes que habían vivido allí durante generaciones, aunque nunca habían reclamado legalmente la propiedad, como veremos más adelante.

Se remonta a este período la fundación de ciudades como Tel Aviv (1909) y de aldeas agrícolas de dos tipos distintos:

  • Kibutz (de la raíz hebrea קבץ, kavatz,“cosechar”, “reunir”), un tipo de hacienda agrícola (en algunos casos también pesquera, industrial o artesanal) cuyos miembros se asocian voluntariamente y deciden someterse a estrictas normas igualitarias, la más conocida de las cuales es el concepto de propiedad colectiva. Dentro del kibutz, las ganancias del trabajo agrícola (o de otro tipo) se reinvierten en el asentamiento después de que los miembros hayan recibido alimentos, ropa, alojamiento y servicios sociales y médicos. Los adultos tienen alojamiento privado, pero los niños generalmente son alojados y cuidados en grupos. Las comidas siempre se comparten y los kibutz (el primero se fundó en Deganya en 1909) generalmente se establecen en terrenos arrendados por el Jewish National Fund, que posee gran parte de la tierra en el actual estado de Israel. Los miembros convocan reuniones colectivas semanales en las que se determinan las políticas generales y se eligen los líderes del grupo.
  • Moshav (de la raíz hebrea שוב, shuv, “asentarse”), éste también, como el kibutz, un tipo de asentamiento agrícola cooperativo. Sin embargo, a diferencia de este último, en el moshav se aplica el principio de propiedad privada de las parcelas de tierra individuales que componen la empresa.  El moshav también se construye en terrenos que pertenecen al Jewish National Fund o al estado. Las familias viven de forma independiente.

Dentro de los nuevos asentamientos agrícolas y urbanos, los ‘olìm, todavía súbditos del Imperio Otomano, tuvieron que aprender a vivir de una manera nueva. En primer lugar, estaba el problema de los diferentes orígenes geográficos y culturales: la comunidad judía con el asentamiento más antiguo, la palestina sefardí, luego enriquecida por algunos primeros grupos de Yemen, Irak, Marruecos y Georgia, se enfrentaba ahora a la llegada de los europeos, en su mayoría asquenazíes, con quienes tenía poco o nada en común.

Eliezer Ben Yehuda

Por tanto, se necesitaba un idioma para comunicarse y se empezó a utilizar el hebreo bíblico. El pionero del proyecto de revivificación de esta lengua fue Eliezer Ben Yehuda (1858-1922), un judío de origen ruso e inmigrante a Palestina, cuyo hijo se convirtió en el primer niño de lengua materna hebrea en miles de años. El renacimiento de una lengua de tres mil años y ahora en desuso desde hace dos milenios fue una de las aventuras más increíbles de la historia, también debido a la necesidad de adaptar un idioma cuyo vocabulario, pobre y basado más que nada en las Sagradas Escrituras y en las líricas antiguas, necesitaba ser completamente reinventado y adaptado a una pronunciación moderna que resultó ser un compromiso entre todas las adoptadas por las diversas comunidades esparcidas por el mundo.

Se sentó, pues, la base para un hombre nuevo, el futuro hombre israelí[13], quien a menudo cambiaba de nombre adoptando uno más “semítico”, se negaba a volver a hablar la lengua europea que había hablado hasta ese momento y tenía que ser diferente del tradicional judío sumiso de los guetos europeos o mellah marroquíes: un hombre fuerte, acostumbrado a trabajar en el campo, cuya piel pálida y delicada tenía que ser bronceada por los abrasadores rayos del sol de Oriente Medio y cuyas extremidades estaban templadas por el esfuerzo de despojar la tierra y el agua al desierto. No es sorprendente que incluso hoy en día los nativos del estado de Israel se llamen tzabra (“higo chumbo”, en hebreo) y se caractericen por comportamientos enérgicos en comparación con los modales afectados de los antepasados ​​de los guetos.

Entre otras cosas, dada la creciente resistencia no tanto de los otomanos, sino de la población árabe que ya residía en Palestina, se necesitaba a alguien para proteger y supervisar la seguridad de los colonos. Así, también en 1909, nació el Ha-Shomer (Gremio de Guardias), para supervisar los asentamientos a cambio de un salario, que luego se fusionó, en 1920, en la famosa Haganah, que se formó tras los levantamientos árabes de ese mismo año.

¿Árabes o palestinos?

Como escribimos con respecto al significado de los términos “judío” e “israelí”, es bueno hacer una distinción similar entre la palabra “árabe” y la palabra “palestino”. La primera indica, en primer lugar, un habitante de la Península Arábiga y, por extensión, ha pasado a designar a cualquiera, en la actualidad, que hable la lengua árabe, aunque, en este sentido, sería más correcto utilizar el sustantivo adjetivo “arabófono”.

De hecho, muchas de las personas que hoy en día utilizan el árabe como primer idioma no son estrictamente árabes, sino “arabizados”[14]. Los habitantes del norte de África, por ejemplo, son en su mayoría de origen bereber (camítico); los egipcios son en gran parte de origen copto (descendientes, de hecho, de los antiguos egipcios, una población que también hablaba una lengua camito-semítica); los habitantes del Oriente árabe, antes de la conquista por parte de los seguidores del profeta del islam, hablaban varios idiomas semíticos muchos de los cuales extintos: entre ellos, el arameo. Además, las poblaciones que vivían en los países árabes actuales eran, antes de la conquista islámica, cristianos en su gran mayoría.

Mahoma, miniatura en manuscrito del siglo XVI

En el momento de la llegada de los seguidores de Mahoma, por lo tanto, también la región sirio-palestina, sometida al Imperio Bizantino pero puesta a prueba por la anterior incursión sasánida (que entre otras cosas había rabiado con especial odio contra el santo cristiano lugares) era cristiana. En un artículo anterior analizamos algunas razones por las que, en las tierras sometidas al Islam, una gran parte de la población cristiana (y, en este caso, también judía) decidió someterse a la fe del conquistador[15].

La región, como hemos visto, fue ocupada y cedida varias veces en la historia, primero formando parte del califato omeya, luego del abasí y luego nuevamente del de los fatimíes de Egipto; más tarde, después de ser dominada por varios reinos cruzados y ver las hazañas de Saladino, quien reconquistó Jerusalén en 1187, volvió definitivamente a manos de los musulmanes con los turcos selyúcidas, y más tarde, de los otomanos. En 1540, bajo el reinado de Solimán el Magnífico, se construyeron las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén que aún hoy admiramos.

Por lo tanto, a finales del siglo XIX, el área era parte del Imperio Otomano (vilayet de Siria) y se dividía en tres sanjacados. El nombre “Palestina” se utilizaba de forma aproximada para definir tanto lo que hoy conocemos como la zona israelí-palestina y parte de Transjordania y el Líbano.  Los habitantes de la zona, que, como hemos visto, eran casi en su totalidad de habla árabe y de religión islámica sunita y se concentraban principalmente en Jerusalén y sus alrededores y en algunas ciudades de Judea (ahora Cisjordania) y Galilea.

Aunque la gran mayoría (poco menos del 80%) de la población era musulmana, había una minoría cristiana considerable (alrededor del 16%, principalmente en Belén, Jerusalén, Nazaret), junto con una pequeña minoría judía (4,8%) y una presencia drusa aún menor.

Los palestinos entonces se consideraban a sí mismos como parte del Imperio Otomano y el nacionalismo árabe, y solo después de Palestina, era solo un germen en la mente de unos pocos exponentes de las clases acomodadas. Es cierto que la acrimonia hacia la Porta y su sistema fiscal cada vez más gravoso fue creciendo, también y sobre todo a raíz de la reforma agraria de 1858 (Arazi Kanunnamesi), lanzada como parte de las Tanzimat.

Este decreto pretendía que la autoridad central recuperara el control de las tierras que, a lo largo de los siglos, habían escapado de su longa manus y estaban en manos de particulares o campesinos incapaces de reclamar su derecho legal.

Esta reforma, sin embargo, solo aumentó el poder de los grandes terratenientes, quienes pudieron exhibir certificados de propiedad falsos para ampliar aún más sus propiedades, favorecidos, entre otras cosas, por los propios pequeños terratenientes, por las tribus y los colectivos de campesinos (en árabe: fellah). Estos últimos, aunque asentados durante siglos en ciertas extensiones de tierra, temían una tributación aún más exorbitante, en caso de que se convirtieran en los legítimos propietarios, así como la conscripción. De ahí la facilidad para las fundaciones judías internacionales, muy adineradas, para adquirir grandes extensiones de tierra de los terratenientes locales.

Despertar de la consciencia nacional árabe e islámica

Curiosamente, el despertar nacional árabe coincidió por tanto con el judío, en un principio por diferentes factores, pero luego por un choque directo entre ambos, y precisamente en Palestina, dada la creciente presencia en la región de judíos que se fueron a asentar en tierras ocupadas antiguamente por campesinos árabes. Hasta el siglo XIX, de hecho, o antes de las Tanzimat, los árabes musulmanes eran considerados, como los turcos, ciudadanos de primera categoría de un Imperio que no tenía una base étnica, sino religiosa.

Hay, en consecuencia, tres factores fundamentales que subyacen al nacimiento del fenómeno nacionalista:

  1. Las reformas denominadas Tanzimat habían provocado un resurgimiento del nacionalismo turco (también llamado “panturanismo”) que habría desembocado en los genocidios armenio, asirio y griego (nota: no se verificó un genocidio árabe, dado que el criterio adoptado para las masacres de poblaciones minoritarias dentro de determinadas zonas de Anatolia no era meramente étnico, como se entiende este concepto en Occidente, sino sobre todo religioso. De hecho, aquellos que eran musulmanes o se convirtieron al islam, aunque de un idioma distinto al turco, se salvaron).
  2. La afluencia de miles de judíos a Palestina, desde 1880 en adelante, y la facilidad con la que estos últimos se convirtieron en propietarios de grandes extensiones de tierra en la zona.
  3. El colonialismo europeo, que llevó a intelectuales y escritores islámicos como Jamal al-Din Al-Afghani (ca. 1838-1897) y Muhammad Abduh (1849-1905) a convertirse en pioneros del proyecto conocido como Nahdha, o despertar cultural y espiritual del mundo árabe islámico, a través de una mayor conciencia de su herencia literaria, religiosa y cultural, pero también a través de un retorno a los orígenes, un redescubrimiento de la edad de oro en la que los árabes no eran oprimidos (concepto, esto, en la base del pensamiento de los salafistas).  

El nacionalismo panárabe y panislámico

La mayor conciencia de los árabes en general, y de los palestinos en particular, llevó a la formación de dos corrientes de pensamiento opuestas:

  1. Nacionalismo panárabe, o panarabismo: más o menos de la misma edad que el sionismo y cuyo nacimiento se sitúa entre el Líbano y Siria. Esta ideología se basa en la necesidad de la independencia de todos los pueblos árabes unidos (el factor unificador es el idioma), una independencia en la cual todas las religiones tengan la misma dignidad frente al estado. Se trata, por tanto, de una forma de nacionalismo laico y, en ello, muy similar a los nacionalismos europeos, tanto que entre sus fundadores se encuentra Negib Azoury (1873-1916), un árabe cristiano maronita que había estudiado en París, en la École de Sciences Politiques. Después de él, entre los mayores exponentes encontramos a pensadores y políticos como: George Habib Antonius (1891-1942), cristiano; George Habash (1926-2008), cristiano, fundador del Movimiento Nacionalista Árabe y del Frente Popular para la Liberación de Palestina, que luego se fusionó con la OLP; Michel Aflaq (1910-1989), cristiano, fundador, junto con el musulmán sunita Salah al-Din al-Bitar, del partido Baath (el de Saddam Hussein y el presidente sirio Bashar al-Asad); y el propio Gamal Abd Al-Nasser (1918-1970).
  2. Nacionalismo panislámico, o panislamismo: también nacido en el mismo período, hemos visto de pensadores como Jamal al-Din Al-Afghani y Muhammad Abduh, pero que tiene como objetivo unificar a todos los pueblos islámicos (no solo a los árabes) bajo las enseñanzas de la fe común y en la que, obviamente, el islam tiene un papel preponderante, una dignidad superior y un derecho completo de ciudadanía ante el estado, en detrimento de otras religiones. Entre los otros exponentes: Hasan al-Banna (1906-1949), fundador de los Hermanos Musulmanes, que parece haber sido ejecutado por los servicios secretos egipcios de Nasser; el célebre jeque Amín Al-Husseini (1897-1974), también miembro de los Hermanos Musulmanes y uno de los precursores del fundamentalismo islámico, que expresó a través de sus proclamas antijudíos y su cercanía a Hitler.

Tanto el nacionalismo panárabe como el panislámico comenzaron a volverse “locales”, o más bien, a identificar un problema palestino frente a la creciente presencia judía en Palestina, con Rashid Rida (1865-1935), un musulmán sirio que, conquistado por las ideas de Al-Afghani y Abduh, se convenció de la necesidad de la independencia árabe, identificando al mismo tiempo el arabismo con el islam, elementos, ambos, que, en su opinión, estaban indisolublemente ligados.

Fundador de la revista Al-Manar, fue el autor del primer artículo antisionista, en el que acusó a sus compatriotas de inacción, afirmando que “los pelados del más pobre de los pueblos, que todos los gobiernos han expulsado”[16], se han apoderado del país “para crear y reducir sus patrones a asalariados”. Fue precisamente de Rashid Rida de donde brotó una conciencia nacional palestina específica dentro del nacionalismo panárabe y panislámico. Entre otras cosas, fue alumno de Rida en el Cairo el mismo jeque Al-Husseini.

Es importante mencionar las dos corrientes de pensamiento que surgieron primero del despertar nacional árabe y luego del palestino, ya que de la primera la OLP es prácticamente hija, con el movimiento Fatah (la organización de la cual Yasir Arafat fue líder y de que es miembro el actual presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, más conocido como Abu Mazen); de la segunda, segundo, por otro lado, es una descendiente directa la organización Hamas. Las dos corrientes están hoy en guerra amarga entre sí y cada una afirma ser la representante legítima del pueblo palestino y de sus aspiraciones.

Yasir Arafat

Las demasiadas promesas y la Primera guerra mundial

La presencia de potencias occidentales dentro de los territorios gobernados por el Imperio Otomano ciertamente no se remonta a finales del siglo XIX. De hecho, ya en el siglo XV, varios estados europeos firmaron tratados con la Puerta para garantizarse privilegios. Este es el caso de la República de Génova (1453, inmediatamente después de la conquista otomana de Constantinopla), seguida de Venecia (1454) y otros estados italianos.

Fue entonces el turno de Francia, que celebró diversos acuerdos con el Imperio Otomano, el más importante de los cuales en 1604. Todos estos pactos bilaterales firmados entre la Sublime Puerta y los estados europeos tomaron el nombre de Capitulaciones y disponían que, tanto en asuntos religiosos como civiles, los extranjeros presentes dentro de los territorios otomanos hicieran referencia a los códigos de los países de los que eran ciudadanos, imitando el modelo conocido como millet[17].

Dado que, tradicionalmente, la Iglesia católica latina no estaba muy presente dentro de los territorios otomanos, las Capitulaciones, especialmente los acuerdos con Francia, favorecieron la afluencia de misioneros católicos. Otras potencias, incluido en particular el Imperio Austro-Húngaro pero luego sobre todo Alemania, aliado histórico de Constantinopla incluso en la Primera Guerra Mundial, comenzaron a competir entre sí en el campo de la protección de las minorías no musulmanas del Imperio, y es en tal juego que se insinúa, a principios del siglo XX, Gran Bretaña, quien casi se quedó con la boca seca por no encontrar a minorías a las que proteger.

Si la política internacional europea había intentado, hasta ese momento, mantener vivo a ese “gran enfermo” que era el Imperio Otomano, la entrada en guerra de Constantinopla junto al Imperio Germánico y contra las potencias de la Entente (Gran Bretaña, Rusia y Francia) impulsó a esta últimas a ponerse de acuerdo sobre la división del “cadáver del turco”.

Es aquí donde comienza el gran juego de las naciones sobre el futuro mismo de los pueblos sometidos a la Sublime Puerta. Citamos, en particular, una serie de acuerdos y declaraciones que conciernen más de cerca al área de Medio Oriente de nuestro interés:

  • Acuerdo Hussein-McMahon (1915-1916): la esencia de este acuerdo, contraído entre el jerife Hussein de La Meca (antepasado del actual Rey de Jordania Abdallah) y Sir Arthur Henry McMahon, Alto Comisionado Británico en Egipto, era que Gran Bretaña, a cambio de apoyo en el conflicto contra los turcos y de importantes concesiones económicas, se comprometería a garantizar, tras el fin de la guerra, la independencia de un reino árabe que se extendiera desde el Mar Rojo hasta el Golfo Pérsico y desde la parte central de Siria (el del norte Francia ya tenía muchos intereses) a Yemen, encabezado por el mismo jerife de La Meca.
  • Acuerdo Sykes-Picot. Este acuerdo fue estipulado entre Gran Bretaña, en la persona de Sir Mark Sykes, y Francia, representada por Georges Picot, en paralelo a las negociaciones con el jerife de La Meca Hussein, para atestiguar hasta qué punto la política ambigua y ciega de los estados europeos en la zona, seguida posteriormente de Estados Unidos, ha causado, con el tiempo, daños devastadores. Los pactos estipulaban que el antiguo Imperio Otomano (en la parte oriental, es decir, parte de Cilicia y Anatolia, junto con la actual Palestina/Israel, Líbano, Siria y Mesopotamia) se dividiría en estados árabes bajo la soberanía de un líder local, pero con una especie de derecho de preferencia, en materia política y económica, a los poderes protectores, que habrían sido: Francia para el área interna de Siria, con los distritos de Damasco, Hama, Homs, Alepo hasta Mosul; Gran Bretaña para el interior de Mesopotamia, para Transjordania y el Neguev. Para otras áreas, las dos potencias previeron un tipo de administración directa (Francia en el Líbano, en las zonas costeras de Siria y partes de Cilicia y Anatolia oriental; Gran Bretaña para los distritos de Bagdad y Basora). Palestina, por otro lado, quedaría bajo la administración de un régimen internacional acordado con Rusia, los demás aliados y el jerife de La Meca.
  • Declaración Balfour (promulgada en 1917 pero cuyas negociaciones se remontan a 1914). Con esta declaración, Gran Bretaña afirmó que acogería con satisfacción la creación de un “hogar nacional” (national home), una definición deliberadamente vaga, en Palestina, para el pueblo judío. Los británicos, sin embargo, eran muy conscientes del hecho de que 500 mil árabes nunca estarían de acuerdo en someterse  ni siquiera a 100 mil judíos. Por lo tanto, se reservó la opción de anexar Palestina al Imperio Británico, favoreciendo la inmigración judía y solo posteriormente dando a los judíos la posibilidad de autogobierno.

Acuerdo Sykes-Picot

Bien sabemos que al final el general británico Edmund Allenby entró victorioso en Jerusalén (1917), liberándola de los otomanos y que, después de la Gran Guerra, Gran Bretaña, que había prometido Palestina a medio mundo, se la guardó para sí. Pero esta es otra historia.



[1] De Ashkenaz e Sefarad, que, en hebreo medieval, significan, respectivamente, Alemania y Espa milortugal lir de España varíanña.

[2] El total de los judíos que tuvieron que salir de España varía de 50 mil a un millón, sin embargo las más fiables, según documentos que dejó Don Isaac Abravanel, tesorero del reino de Portugal hasta la expulsión, hablan de una cifra entre 200 mil 300 mil unidades. Además, también hay que tener en cuenta que muchos sefardíes se convirtieron, para no salir del país, mientras que otros murieron incluso antes de partir hacia el Reino de Nápoles, Navarra, África del Norte, Anatolia y los Balcanes.

[3] Por lo general, las diferencias entre askenazi y sefardí se refieren a la importancia que ambos le dan a la formación de la ley judía, la halakha, y al aporte de la tradición y las costumbres ancestrales en la formación de esta última. Además, si los askenazíes son mucho más rigurosos que los sefardíes en el respeto de las reglas de legalidad e ilegalidad de los alimentos a consumir, estos últimos, en cambio, son mucho más rígidos en cuanto a su forma de relacionarse con los gentiles que los judíos de Europa del Este. En cuanto al culto, sin embargo, existen importantes diferencias en los ritos. Una diferencia considerable entre las dos ramas principales del judaísmo está constituida también por el lenguaje que se usa a diario que, en general, para el hebreo sefardí era el judeoespañol y para el oriental el judeoárabe, el judeopersa, etc., mientras que para el asquenazí era el yiddish, un idioma derivado del alemán pero con influencias judías y eslavas.

[4] La Biblia de los Setenta, del siglo III a.C., es una traducción, hecha por 72 sabios, en Alejandría de Egipto, del Antiguo Testamento del hebreo y del arameo al griego, precisamente para hacer comprensible el texto sagrado a las diversas comunidades judías dispersas por el Mediterráneo y que ya no entendían el idioma de origen, ahora usado casi solo en el contexto litúrgico incluso por muchos judíos que residían en la región palestina, quienes lo habían reemplazado por el arameo, la lengua franca de la época.

[5] Que fatídicamente ocurrió en la misma fecha que la destrucción del primer templo, el de Salomón, por el rey de Babilonia Nabucodonosor: el noveno día del mes de Av (en el calendario lunar hebreo, que corresponde a julio-agosto en nuestro calendario), un día de tristeza y de luto que los judíos de todo el mundo siguen conmemorando hoy con el nombre de Tisha be-Av.

[6] Da Simon Bar-Kojba, el líder mítico a la cabeza de los rebeldes judíos, quien incluso fue proclamado mesías, en un principio, por los notables religiosos y el pueblo, que esperaba ser liberado del dominio de los romanos.

[7] Palestina propiamente dicha era, hasta entonces, una delgada franja de tierra, correspondiente más o menos a la actual Franja de Gaza, en la que se encontraba la antigua Pentápolis filistea, un grupo de cinco ciudades-estado habitadas por una población de lengua indoeuropea históricamente hostil a los judíos: los filisteos.

[8] En 613, la revuelta de los judíos contra el emperador bizantino Heraclio culminó con la conquista de Jerusalén en 614 por los persas y judíos, la masacre de 90.000 habitantes cristianos de la ciudad, la destrucción de algunos lugares sagrados, incluido el Santo Sepulcro, y el establecimiento de la autonomía judía. La revuelta terminó con la salida de los persas y una masacre final de los judíos en 629 por los bizantinos. Fue el final de 15 años de autonomía judía. Tras la conquista musulmana de Jerusalén, a los judíos se les permitió nuevamente practicar su religión con mayor libertad en Jerusalén, 8 años después de sufrir la represión bizantina y unos 500 años después de su expulsión de Judea por parte del Imperio Romano.

[9] Este grupo judío vive hoy en día principalmente en dos barrios de Jerusalén, Me’ah She’arim y Gue’ula. Recientemente, una famosa plataforma de televisión digital produjo y transmitió una exitosa serie cuyos protagonistas eran miembros de esa secta.

[10] De “Sion”, el nombre de una de las colinas sobre las que está construida Jerusalén y, por extensión, desde los Salmos en adelante, de toda la ciudad santa y la tierra de Israel.

[11], M., La terra troppo promessa. Sionismo e nazionalismo arabo in Palestina, Teti e C. Editore, 1979, Milano, p. 71. Traducción mía.

[12]Ivi, p. 72.

[13] Con este fin, además de promover la educación y formación profesional de los judíos en todo el mundo y combatir el antisemitismo con sus devastadoras consecuencias, se creó en 1860 la Alliance Israélite Universelle, sociedad internacional de cultura judía que también trabajó para preparar a los futuros ‘olim para integrarse en la sociedad israelí.

[14] En español tenemos una palabra muy específica en este sentido, debido a la secular presencia de reinos islámicos en la Península Ibérica: “mozárabe”, que viene del árabe “musta’rib”, es decir “arabizado”.

[15] https://carfundacion.org/expertos/jesus-o-mahoma-quien-tiene-razon-3/

[16]Massara, M., ob. cit., p. 117.

[1] Este modelo legislativo establecía que cada comunidad religiosa no musulmana era reconocida como una “nación” (del árabe millah, en turco millet) dentro del Imperio Otomano y estaba gobernada por el propio jefe religioso de esa comunidad, que desempeñaba funciones tanto religiosas como civiles. La máxima autoridad religiosa de una comunidad o nación cristiana (como podían ser los armenios), por ejemplo, era el patriarca.

Bibliografía

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  • Yehoshua, Abraham B., Viaje al fin del milenio, Siruela, Madrid, 1999.
  • Viaggio alla fine del Millennio, Giulio Einaudi Editore S.p.A., Torino, 1998.
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